En tiempos puritanos muchas adolescentes justificaban su gravidez prematrimonial aludiendo a la intervención del Espíritu Santo sobre sus inmaculados vientres. Durante el Medioevo, casi todos los males inexplicables según las fórmulas convencionales de racionalidad pragmática resultaban achacados a la entonces llamada rueda de la fortuna. Si alguien fallecía, era porque “mi Dios” había decidido “llevárselo”. Si se salvaba, ello se debía a los mismos designios teológicos… tan sabios como caprichosos.
El anterior razonamiento no pretende desconocer la existencia de los milagros o la magia, ni reñir con quienes cultivamos sin complejos nuestras facetas agoreras, mágicas o místicas. Cada cual opta por hacerse ateo, supersticioso o devoto, según encuentre más cómodo y conveniente arreglárselas solo, con respaldo oficial de amuletos o, todavía mejor, de la corte celestial en pleno.
Embriagados por el espejismo de una era que prometía DeLoreans voladores y misiones a Marte, durante el siglo XX mudamos dichas culpas del terreno especulativo y religioso al científico. Así surgieron las archiconocidas ‘fallas técnicas’, muletilla defensiva empleada por cableoperadores, proveedores de internet o telefonía celular y trabajadoras de puntos Baloto, Servientrega o Efecty.
Si el Espíritu Santo, la rueda de la fortuna, “mi Dios” o las tales fallas técnicas pudieran cobrar voz y defenderse de cuanto desastre ha sido orquestado en su nombre, de seguro nos desmentirían amplia, justa y suficientemente. Hoy, ya con esta centuria entrada en años, nuestra especie, defraudada de teologías, supercherías y soluciones esotéricas, decidió inventarse un nuevo responsable con rótulo rimbombante, directo descendiente de las ‘fallas técnicas’. Se trata del ‘sistema’, ente intangible y etéreo en el que siempre encontraremos un chivo idóneo con quién expiar lo imperdonable.
¿Quién, en medio de una transacción bancaria, aeroportuaria o notarial no ha soportado la misma cantinela?: “Apreciado usuario: el sistema no registra su último pago. Por esa razón su llamada será ‘enrutada’ al departamento de cartera”. “El sistema no puede encontrar la ruta especificada”. “El sistema experimenta fallas. Favor intentar más tarde”. “Yo por mí lo ayudaba, señor. Pero el sistema ya no me acepta más cambios”. “La solicitud se demora una semana en entrar al sistema”. “Su cuenta todavía no ha ingresado al sistema”. “Mejor el sistema BRT que el tren ligero”. O el diagnóstico tipo Unilago: “Llavecita…. ¡el sistema se jodió! Toca ‘formatear’”. ¿Habrá sobre la superficie hispanohablante algún habitante de la posmodernidad a quien la frase “se cayó el sistema” le resulte ajena?
Justo eso sería lo que algunos querríamos: que el sistema se ‘cayera’, pero en escala macro. Que alguna vez el cajero o vigilante del Banco Popular declararan el desmoronamiento de cuanto está establecido y que, muy consecuentes, todos los torturados de la fila nos abrazáramos para celebrarlo. Que aquello que hoy es excusa, mutara en consigna de cambio. Que, perdóneseme la ‘mamertada’ implícita, esa estructura de castas gracias a cuyo funcionamiento cada país pertenece a cinco o seis familias poderosas, colapsara con el estrépito suficiente por la primera de las veces.
Para nuestro infortunio no estamos programados bajo códigos binarios, el ‘sistema’ no reconoce nuestros ‘controladores’, ni venimos equipados por ‘default’ con la deseable función del Control+Z. Entretanto, y tan iluso como me lo permito, seguiré aguardando hasta aquel soñado día en que el sistema se desplome completo, en el sentido más revolucionario de la expresión. Hasta el otro martes.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.