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La tragedia oculta que dejó Iota en San Andrés y Providencia

semana después del paso devastador del huracán Iota, los habitantes del archipiélago colombiano de San Andrés, Providencia y Santa Catalina intentan rehacer sus vidas y esperan que el turismo, motor de su economía, los ayude a salir adelante.

Iota dio un golpe a los planes de reapertura de tradicionales lugares turísticos del archipiélago caribeño, como la Cueva de Morgan, cerrada desde mediados de marzo por la pandemia del coronavirus y afectada gravemente por el embate del ciclón al igual que otros atractivos naturales de la isla.

«En la Cueva de Morgan nosotros tuvimos una afectación de casi el 70 % en la mayor parte de nuestra infraestructura y especialmente con la naturaleza. Árboles que yo he visto crecer desde hace 50 años, la gran mayoría de ellos se han ido», explica a Efe el administrador del histórico lugar, Jimmy Gordon.

Una leyenda de más de 300 años cuenta que la Cueva de Morgan recibió ese nombre por el pirata inglés Henry Morgan, quien en 1668 se refugió precisamente de un huracán en San Andrés y escondió sus tesoros en una gruta donde, según dicen, permanecen ocultos hasta hoy.

VIENTOS DEMOLEDORES

Más de 1.500 árboles de la propiedad de 30 hectáreas fueron arrasados por el ciclón de categoría 5 que en la madrugada del lunes 16 devastó la vecina isla de Providencia y causó grandes destrucciones en San Andrés y en Santa Catalina.

En su arrasador paso Iota se llevó la extensa vegetación que rodea la Cueva de Morgan, arrancó techos de viviendas y causó otros daños en las infraestructuras de las islas.

«El impacto que ha dejado esto para el turismo ha sido demoledor. San Andrés está a la deriva hablando turísticamente y no tenemos masivamente visitantes desde el 17 de marzo (por la pandemia). Hemos vuelto a tener desde septiembre un poquito de personas», reclama Gordon, quien también es historiador.

El huracán afectó además al ecoparque West View, una piscina natural atractiva por sus arrecifes de coral y llamativos peces multicolores; el hoyo soplador, un agujero en la playa fascinante para miles de turistas cuando dispara chorros agua de mar por la fuerza del oleaje, y el parque Johnny Cay, un islote símbolo de la cultura raizal del archipiélago.

Gordon asegura que para poder hacer una reapertura rentable de estos lugares no es suficiente con reparar los daños que dejó Iota sino que además a San Andrés, distante unos 700 kilómetros de la costa continental colombiana, tienen que ingresar unos 2.000 ó 3.000 turistas diariamente, una cifra lejana de conseguir porque ahora solo están llegando entre 200 y 300 personas.

«La cantidad de gente que está llegando es insuficiente. Aquí (en la Cueva de Morgan) nosotros empleamos aproximadamente 25 personas, la mayoría madres cabeza de hogar y estuvimos aguantando hasta que llegó el huracán», advierte Gordon al asegurar que la emergencia descontroló la crisis que ya traían por la pandemia de la covid-19.

FACTOR AMBIENTAL

El impacto ambiental del desastre meteorológico también afectó directamente al turismo y retrasó la tarea de recuperación marina que desde hace años ejecutan en la región organizaciones y fundaciones ambientalistas.

«Hemos hecho jornadas de limpieza con indicadores positivos de 20 toneladas (de basura recogidas) entre las cuales se encuentran 750 llantas. Llevamos cinco años y estos dos bichos se han atrevido a traernos una cantidad más de residuos», dice a Efe el coordinador de la ONG Help 2 Oceans, Jorge Sánchez.

Desde el costado oeste de San Andrés, el sector de la isla que recibió el mayor golpe, Sánchez, un experimentado y galardonado buzo, advierte que tanto Iota como el huracán Eta, que lo precedió unos días, hicieron una «funesta suma» con la cual causaron un «enorme daño» ambiental.

Destaca que uno de los grandes atractivos turísticos del archipiélago es que se puede bucear desde la orilla del mar, una actividad que no podrá hacerse de manera inmediata en ciertas zonas hasta que sean rehabilitados los ecosistemas dañados por el huracán.

Para lograrlo es necesario poner en marcha dos planes: extraer los residuos que quedaron tanto en la superficie como en el fondo del mar e inducir a la restauración de especies afectadas por el ciclón.

LEVANTARSE POCO A POCO

Antes de que las restricciones por el coronavirus entraran en vigencia, la Cueva de Morgan recibía cada día entre 200 y 300 visitantes, un número que podía llegar hasta 800 y 900 en la temporada alta.

Ahora, Gordon solo ve en el panorama una recuperación lenta y larga, pese a que el sector turístico trabaja a toda marcha para levantarse del golpe.

El último visitante estuvo hace dos meses cuando Gordon permitió el ingreso de un niño de 10 años que, tras no poder viajar a los parques de Disney, pidió a sus padres que lo llevaran a la cueva del pirata.

«Desde que yo estoy encargado de este sitio hemos estado vendiendo la cultura raizal y hemos sido afectados tremendamente. Desde hace ocho meses nosotros no recibimos ninguna clase de visitantes, ninguna clase de entrada, hemos estado parados con los empleados», afirma.

Desde hace una semana, Gordon y su equipo invierten casi 10 horas diarias para terminar de cortar y recoger los árboles derribados por Iota.

«No veo aquí a la vuelta de la esquina que la situación para la isla vaya a mejorar porque se fusionaron la pandemia y los dos huracanes, el Eta y el Iota, que le han dado muy duro a la parte suroeste de la isla arrastrando todos los negocios que estaban a la orilla de la playa y esa hermosa vegetación endémica de San Andrés», dice.

Para el historiador, aunque la restauración de las tres islas se haga con dinero administrado por el Gobierno nacional, la ejecución de las obras debe estar acompañada de los isleños para que «no se vaya a perder la arquitectura poscolonial».

«Hay mucha gente que está necesitada y necesita una mano del Gobierno; necesitamos el apoyo del turismo nacional que venía masivamente a San Andrés, que no nos olviden y recuerden que el mar de los siete colores todavía existe acá y (también) la amabilidad y la bondad de la gente nuestra para atenderlos», invita.

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