La decepción aún no se me cura. Fue en los ochenta, cuando llevamos a reparar el Betamax familiar a un Centro Electrónico Japonés y descubrí que ninguno de los que atendían era asiático. Semejante golpe directo a la inocencia de mis seis años demarcó el inicio de una relación atormentada con aquello que hoy llamaremos “publicidad fantasiosa”. Esa que ilusiona y luego decepciona. Hablamos de aquellas promesas de marca cuyas características reales no se ajustan a las insinuadas por rótulos o lemas, aunque ello no implique ilegalidades susceptibles de ser denunciados ante ente regulador alguno ni señalamiento público con el juez Talcual en El Boletín del Consumidor.
Me explico mediante ejemplos: hasta hace poco todavía existía en el centro de Bogotá un almacén discográfico llamado Mercado Mundial del Disco cuyo slogan rezaba: “disco que no tengamos no existe”. Como a mis once quise comprobar si aquello que prometían era cierto. “Buenas tardes. ¿Tendrán ‘A Hard Day’s Night’ de los Beatles?”, les pregunté por teléfono. “No lo tenemos”, contestaron. “¿Entonces no existe?”, repliqué. Al parecer el comentario les sonó a pega porque en el acto colgaron. El asunto impregna todas las esferas del ámbito corporativo, sin que ningún ‘ente supervisor’ se pronuncie. La universidad INCCA no enseña queCChua. En la Piloto no hay facultad de aviación. El club deportivo de mis afectos, Los Millonarios, es algo insolvente. En el Consulado Paisa no imprimen pasaportes separatistas de Antioquia Federal. En el Palacio del Colesterol no hay monarcas ni arquitectura monumental. Ironías en forma de nombres.
Algo similar acontece con aquellas firmas que se proclaman filántropas y despojadas de toda ambición sin serlo. Fíjense cómo el rótulo de ‘Alkosto’ involucra una patraña. ¿O acaso los propietarios de la tienda no obtienen utilidad alguna? Lo mismo podríamos decir de una agrupación de tropipop según entiendo activa llamada Sin Ánimo de Lucro, lo que haría suponer que contratarlos para un concierto es gratuito. En materia de detergentes es de resaltar cuando anunciaban uno muy famoso anotando que “más blanco no se podía”, cuando evidentemente sí, circunstancia análoga al demagógico y ya olvidado “sí se puede” de Belisario Betancur, mantra positivo implantado en el país a la fuerza, pese que el tiempo hubo de demostrar lo opuesto. Dicho de otro modo: no se pudo y el país cayó ante el engaño.
En lo tocante a periodismo y medios hay toda una paradoja involucrada en que un sitio web de talante arrodillado a la oficialidad se cuelgue el rótulo de Los Irreverentes. Pero así se llama. De manera semejante son de resaltar aquellos años no tan distantes cuando en televisión afirmaban que “quien no salía en El Lavadero no existía”, lo que nos llevó a muchos a concluir, cartesianamente: “no salgo en El Lavadero, luego no existo”, aseveración del todo falsa en tanto el tal Lavadero ya no existe y todos los que seguimos vivos hoy y aquí sí. Semejante cuestionamiento al ‘yo’ merecería ser sancionado por alguna superintendencia. En una tierra donde el único rigor al que nos ceñimos —y eso porque “nos toca”— es al rigor mortis son demasiados los casos. Si bien el espacio se agota, queda evidenciada la urgencia de instituir un organismo público encargado de supervisar estas imprecisiones en beneficio de nosotros, ingenuos consumidores y clientes a expensas de nuestra candidez. Hasta el otro martes.