No debí ver las imágenes de los quemados por la explosión del camión en Tasajera, no era necesario, pero a veces en internet te expones a cosas que no te convienen. Dichas escenas trajeron a mi cabeza media niñez por varias razones. Primero, porque al haber vivido tanto en Santa Marta como en Barranquilla, me ha tocado coger esa carretera innumerables veces. Tasajera no es un nombre extraño para mí, al revés, es muy familiar porque durante muchos años ese era el nombre del único peaje que tenía la vía. Hoy tiene dos, lo cual parece excesivo para un camino de apenas noventa kilómetros. Si has andando por esos lados, Tasajera es un nombre con el que creces, como el de un tío que no conoces, pero sabes que existe.
La otra razón por la que he vuelto a mi infancia es porque siendo muy niño, siete años tal vez, tuve que ir a urgencias un diciembre y mientras esperaba mi turno junto a mis padres llegaron varios adolescentes que se habían quemado con pólvora, algunos de ellos cargados porque no podían andar por su cuenta. Sus cuerpos con pedazos de carne arrancada es algo que aun hoy tengo en la memoria, razón por la cual nunca he quemado pólvora.
Pero he empezado mal este relato, trasladando a mi persona un suceso que nada tiene que ver conmigo. Pasa todo el tiempo, que en el afán por meternos en la ecuación somos capaces de decir lo que sea, muchas veces movidos más por el ego que por la sensibilidad. Sucedió con el incendio de Notre Dame, por ejemplo, cuando la gente enloqueció y empezó a subir fotos de su visita al lugar, o cuando murió García Márquez y las redes se volvieron una competencia por ver quién lo había conocido mejor, se había tomado una foto con él o contaba alguna anécdota sobre el personaje.
Y da igual cuál sea el hecho del día, de alguna manera siempre encontramos la manera de que no se trate del suceso en sí, sino sobre nosotros mismos. La semana pasada alguien criticó que estuvieran regalando desayunos con Milo y salieron muchos a decir si preferían la bebida fría o caliente, con grumos o bien licuada, con o sin azúcar, desviando totalmente la conversación inicial. Honestamente y con todo respeto, se pueden tomar el Milo vía anal, que al mundo no le importa. También cuando a Daniella Álvarez le amputaron casi media pierna se armó una carrera por ver quién demostraba más admiración redactando el mensaje más condescendiente. Por último, hace poco murió el cantante de Jarabe de Palo y aparecieron miles de pronunciamientos, cada uno más sobreactuado que el anterior. El día que falleció Pau Donés leí a alguien en internet decir que había quedado roto después de conocer la noticia. ¿En serio? O sea, nadie puede vivir el dolor a través del otro, pero no es que fueran familiares ni que Donés fuera John Lennon, con todo respeto hacia el español. Además, al decir que estaba roto, nuevamente el mensaje se trataba más sobre el que lo emitía que sobre el músico mismo.
Uno de los problemas de las redes sociales es que nos ha vuelto opinadores compulsivos, convenciéndonos de que tenemos que meter la cucharada en todo, como si el mundo estuviera a la espera de nuestras palabras y el comportamiento de los mercados dependiera de ellas. De la muerte de Donés yo hubiera podido decir que desde que oí por primera vez La flaca me quedó claro que Jarabe de Palo era un grupo de mierda, pero, ¿para qué? ¿Qué necesidad hay de participar en una conversación para crear mal ambiente?
Con esto de Tasajera ha pasado algo así: burlas a los costeños, memes con los quemados, videos de la explosión, opiniones sobre si la pobreza es excusa para robar o no, todo muy podrido la verdad. No podemos solo decir que lo lamentamos, comunicar el hecho sin dar nuestra opinión, o simplemente quedarnos callados. Nuestros juicios sobre lo de Tasajera tiene infinitas lecturas, entre ellas, la incapacidad de ponernos en los zapatos del otro, y el total desconocimiento que tenemos de Colombia, más allá de que el corregimiento esté al lado de una de las carreteras más transitadas del país. Pero sobre todo, ha dejado claro que estamos vacíos, que manejamos una rara relación de amor y odio hacia la vida, y que somos tan soberbios como acomplejados. En pocas palabras, que somos seres muy pequeños.