“¡Mira, mira una calcomanía en un carro!”, dijo Miguel Uribe Turbay, mientras miraba por la ventana de su camioneta. Uribe Turbay es joven, pero no le gusta que se lo recuerden, pues de inmediato abre los ojos, levanta el dedo y dice que “joven, pero con más experiencia que todos los candidatos”. Sin embargo, si llega al Palacio Liévano, se convertiría en el alcalde más joven de la historia con 33 años.
La cita fue en el Parque Fundacional de Suba. Allí lo esperaba un grupo de unos 15 jóvenes que bailaban un pegajoso ritmo salsa choque, que fue publicado dos semanas después en redes sociales. La idea era clara, recorrer Suba en lo que el candidato llama “tomas de localidades”.
Nada empezó a tiempo, pues ese día, el bogotano hijo de Diana Turbay, la abogada y periodista asesinada por el cartel de Medellín, estuvo en entrevistas desde las 5:00 a.m. Es muy puntual con los medios, tanto así, que quiso, por fuera de la dinámica de la publicación, explicarle a los directores, de varios noticieros y periódicos, su programa y lo que quería hacer con Bogotá: “Sin ningún interés de que me favorezcan, sino de contar mi versión, porque la guerra con noticias ha estado tan dura, que no quiero que se lleven una impresión mía que no es”, dijo.
No tan serio como en las vallas publicitarias
Pareciera que en su campaña lo quisieran mostrar mayor, serio y bravo. Eso le dije el pasado 31 de agosto, cuando acordamos vernos para acompañarlo en un día de campaña. Sonrió y me dijo que no: “Lo que pasa es que la gente confunde hablar claro y con propuestas con el mal humor, pero no soy de mal genio”, comenta.
Tiene razón. El señor serio que se ve en las vallas que hay por toda la ciudad no es lo mismo en persona. Se viste descomplicado, usa tenis, jeans y camisa blanca, con chaqueta abullonada, nada pretencioso. Sonríe mucho y enamora a las señoras de edad avanzada con los besos y la sonrisa. Les pica el ojo y en realidad se ve que le gusta caminar y correr las calles.
Se emociona como niño chiquito cuando ve su cara en un cartel puesto en una ventana, pero se emberraca cuando el afiche está puesto en un poste.
“Oigan, díganle a este man que baje ese afiche. Reitero: ¡nada de pegar afiches en sitios prohibidos! Que todo lo que se pegue o se regale quede en ventanas o en fachadas, pero no vamos a pegar nada en sitios que no”, le dijo ese día a su joven coordinador de Suba.
Sonríe mucho y usa ese gesto colombiano de señalar las cosas con la boca para indicar en dónde están.
Convenciendo a
los incrédulos
El recorrido por las angostas calles de Suba Rincón, en las que se veía una marea de voluntarios del partido Mira, vestidos de azul conservador, fue corto, pues había que cubrir mucho terreno. La gente se asomaba para ver quién era el político de turno que estaba en el sector. Pocos lo increparon. El más vehemente fue un señor con dos perros beagle a los que estaba paseando.
“Yo sí quiero saber qué van a hacer con la movilidad, porque ustedes vienen y después no hacen nada”, dijo el hombre ante la mirada de todos los Mira, que gritaban ‘con Miguel, el futuro sí se ve’.
“Venga, escúcheme. ¿Quiénes son los que se han opuesto a la construcción del metro?, ¿quiénes se oponen a la construcción de la ALO?, ¿lo sabe? Yo quiero que sigamos construyendo sobre lo construido”, le dijo Uribe Turbay, pero el incrédulo tomó el volante, lo dobló e hizo un gesto de “no me convences”.
Miguel dice que su consigna es abordar a las personas y preguntarles lo que no les convence de su programa, que hay unos que escuchan y otros que no, “porque ya tienen una ideología metida en la cabeza, pero los abordo con respeto y con ideas.
Desde una moto, un joven le gritó “¡deje de robar, ladrón!”. Su gente, los jóvenes que lo acompañan, no le pusieron atención al grito, simplemente empezaron a cantar más fuerte. Miguel se rió y dijo, “no hay que ponerle cuidado a esos. Ellos no construyen, nosotros sí”.
Los amigos con los que batalla
Lo acompaña en sus recorridos un grupo de hombres de universidades prestigiosas de la ciudad, que están inmersos en la política desde muy jóvenes, como Miguel. Le copian todos los asuntos, le arreglan la agenda y se ríen con él.
“Pilas, no vayan a parquear mal, por favor. ¿Cómo va la gente que está esperándonos en Subazar? ¿Ya comieron algo? Si no han comido, que se metan a un asadero de pollo y vayan comiendo”, le dijo Miguel a uno de sus amigos, que de inmediato se puso a escribir en WhatsApp.
Le pregunté a qué lo motivaba a estar con el candidato: “Uy, todo. Mira la energía de la gente. A veces la gente lo relaciona con la imagen de Peñalosa, pero Miguel es diferente. Es carismático, quiere a la gente y esto lo hacemos por convicción y creo que vamos a ganar”, dice mientras chatea y recibía un curioso regaño entre risas: “¿Cuál que cree que vamos a ganar? ¡Vamos a ganar! Estoy seguro”, le dijo Miguel Uribe. “Yo también, Miguel –respondió el joven–, pero es por aquello de la modestia”.
El equipo de voluntarios trabaja mucho, pero la pasa bien: “Aquí le damos desde cualquier hora y hasta donde toque, porque es que el servicio es así y eso es la política, puro servicio”, dice otro de los voluntarios.
Enamorando a las señoras
“Usted me encanta. Me encantaba su abuelo y vi lo de su mamá. Yo lo apoyo”, le dijo una mujer de la tercera edad mientras él le agarraba las manos. “¡Gracias! Vamos a ganar. muchas gracias por tu apoyo”, le respondió Miguel. “Además es divino el chino”, dijo la señora que llevaba la bolsa del mercado.
En Suba le fue muy bien con la recolección de firmas y sabe que es un sector importante, de allí salió gran parte del electorado que eligió a Peñalosa como alcalde. Los sectores altos lo respaldan y él lo sabe, aunque no le gusta decirlo. “Nos apoyan los que saben que vamos a avanzar y no a dañar lo que ya está hecho”, dijo.
Le pregunté a unas señoras de la tercera edad por qué apoyar a Miguel. Llevaban una camiseta del Mira y caminaban agarradas de la mano. “Porque es un joven con valores. Ya es hora de que los jóvenes nos enseñen y guíen esta ciudad con la ayuda de Dios y vamos a ganar”, dijo emocionada una señora.
Esa frase, ese ‘vamos a ganar’, lo repitió Miguel con fuerza y apretando el puño. Y es que el candidato piensa que la victoria es suya, aunque las encuestas digan otra cosa. Cree que la gente quiere el continuismo y por eso se emociona.