Segunda entrega del especial ‘Voces a prueba de balas’.
(Al final encontrará una imagen con un código QR que podrá escanear)
Hace apenas tres días, el relator especial de la ONU, Michel Forst aseguró que la situación de los líderes sociales en nuestro país “es horrible”. Con este adjetivo, señaló que a los líderes sí los matan sistemáticamente y que hay que poner el ojo en la defensa de los amenazados.
Forst aseguró que hay “un patrón de ataque contra los defensores de derechos humanos”, una conclusión a la que llegó tras recorrer el país desde el pasado 20 de noviembre.
Según cifras oficiales, 343 líderes sociales han sido asesinados en el país entre 2017 y 2018… Pero la cifra varía según quién la diga y la realidad es que no todas las muertes oficiadas por la Fuerza Pública son registradas. No todas las muertes de líderes son documentadas. Muchas veces, la realidad es que el legado de los líderes se desvanece en el tiempo luego de su muerte y los gritos de sus familias parecen mudos.
En otros casos, son las familias las que recogen los llamados, las luchas del que muere y nacen nuevos liderazgos, a prueba de balas.
Esta es la segunda entrega del especial Voces a prueba de balas, en alianza con la Organización Somos Defensores que quiere visibilizar a 11 líderes y lideresas sociales, y defensores de los derechos humanos, que han vivido la guerra, pero no quieren que su voz se apague y se pierda en la violencia.
La segunda protagonista es Marta López, una mujer de origen campesino que entregó su vida a la educación y a los niños. Al cambio social.
“Mi nombre es Marta López Guisao. Soy de origen campesino. Mi camino como líder social y defensora de derechos humanos empezó desde muy joven, en el municipio de Apartadó (Antioquia). Allí empecé en la junta de acción comunal y como profesora voluntaria de 150 niños y niñas que no tenían garantizado este derecho”, señala la protagonista de esta historia.
En tiempos en los que la violencia arreciaba en el Urabá Antioqueño por las causas paramilitares, nació una líder que más allá de tomarse las plazas públicas para hacer política, decidió creer en la educación de los más pequeños como el camino para cambiar su realidad.
Su sueño era fundar una escuela. Lo hizo a pesar del abandono estatal y empezó a trabajar con compañeras de su colegio con las que dictaba clases en veredas.
Recuerda que fue en 1992 el primer atentado contra su vida y el día que le cambió la perspectiva de lo que era ser defensora de los derechos humanos en este país.
“Llegaron a asesinar al presidente de la Junta de Acción Comunal. A mí me apuntaron con un arma y me salvé porque el presidente suplicó que no me hicieran nada. A él lo asesinaron. A mí y a mi familia, todas hacíamos trabajo comunitario, nos desplazaron. Tuvimos que salir para Medellín”, recuerda Marta.
Vivió en un barrio de invasión y asegura que se volvió el objetivo de oscuros personajes, pero logró levantar a la comunidad para empezar a construir y mejorar la vida de sus vecinos.
“En la ciudad de Medellín continuó mi trabajo de liderazgo. Vivía en un barrio que se formó luego de una recuperación de tierras, por lo que no había ninguna inversión del Estado. Nosotros empezamos a resolver nuestras propias necesidades y a garantizar nuestros derechos”, cuenta Marta.
Construyeron un colegio y se adscribió como profesora voluntaria, pero la tragedia y la violencia contra la que luchó, se plantó en su propia casa.
“Vinieron la Operación Mariscal y la Operación Orión, donde nos declaran objetivo militar. Su fin era asesinarnos, y a toda nuestra familia, pues todas somos lideresas sociales y defensoras de derechos humanos”, relata Marta.
Se fue de Medellín y trabajó con las comunidades del sur de Bolívar “en la zona minera y en el sur por San Pablo. Allí en una incursión del Ejército, con los paramilitares. Retuvieron a una familia y cuando nos dirigíamos al lugar donde la tenían, encontramos dos campamentos de los paramilitares. Recuerdo que nos trataron mal y a mí me pusieron un fusil en la frente”.
Creyendo que en la capital todo estaría mejor, encontró que también le hacían seguimientos ilegales y eso la empujó a salir del país y exiliarse por muchos años en el extranjero.
“A mi regreso me fui a trabajar con las comunidades en el Chocó y después de 15 años de ni volver a Medellín y al barrio de donde fuimos desplazadas asesinaron a mi hermana Ruth Alicia López Guisao, el 2 de marzo del 2017”, relata Marta que perdió a una hermana y que asegura que la región perdió a una a una líder.
También perdió a un sobrino de 16 años, que era coordinador de un grupo juvenil y de niños.
La lucha continúa
“Dentro de mi trabajo de líder social y defensora de derecho humanos he fundado tres colegios. He conformado muchos grupos de mujeres, sobre todo campesinas e indígenas. He realizado el primer encuentro de mujeres del sur de Bolívar en el año 2006. He participado en los tribunales internacionales, he trabajado con las mujeres en defensa de sus derechos, con los jóvenes, y con los de la tercera edad. He sido madre y padre”, apunta la mujer que no quiere dejar de hacer lo que siempre ha hecho: ayudar a su comunidad.
En los relatos más duros, Marta asegura que ante la persecución, decidió cargar pastillas de cianuro ante el miedo de ser torturada. Su trabajo lo cataloga como “resistencia”. Cuenta que sus verdugos han sido los ‘paras’, pero evidencia con sus palabras que el abandono estatal ha sido su enemigo. Contra el que lucha. “Mi lucha seguirá así me persigan”, consigna.
Este especial se hace con el fin de que historias como la de Martha se conozcan en todo el país.
Es por eso que en cada ilustración encontrará un código QR. Este código podrá ser escaneado para escuchar la lucha de cada líder social contada en su propia voz.