Al menos eso asegura Josefina Klinger, una líder social afro que tiene metida la selva en la cabeza y que ha logrado administrar unas hermosas y particulares cabañas dentro de la reserva natural, que operan bajo el concepto de ecoturismo comunitario, con la finalidad de impulsar la región del pacífico chocoano.
“Utría es un útero. Si tú le miras la forma, realmente es un útero que está lleno de vibración femenina. Cuando vas te encuentras contigo mismo porque la intuición se te agudiza, miras ese sitio y lo contemplas y te preguntas ¿cómo es que soy tan tacaño cuando el universo es tan generoso?”, dice Josefina, quien ha sido elegida como Mujer Cafam en el 2015.
A esto se le suma que en el fondo de la ensenada llegan a parir las ballenas yubartas. Es muy fácil ver ballenatos coqueteando por allí, pero no solo ellos, en realidad la vida brota por todas partes. Cerca hay una gran zona de manglar, sala cuna de todas las especies marinas, y en las playas se ven merodear cientos de langostas y caracoles.
Aunque disfrutar del sol en la playa y hacer caminatas en medio de la selva para avisar aves y exótica vegetación son las actividades predilectas por los turistas, al caer la noche se puede vivir una de las mejores experiencias: ver emerger del agua millones de luces fluorescentes cada vez que el remo del kayak golpea el agua, esto gracias al fitoplancton, un alga microscópica presente en océanos puros cuyo mecanismo de defensa ante el movimiento es alumbrar.
Pero hospedarse en este lugar de otro mundo no sería posible si Josefina Klinger no hubiera logrado hacerse cargo del lugar, en consenso con Parques Nacionales Naturales, desde hace 10 años. Pero esto no lo hizo por promover el ecoturismo en sí, se trata de una acción que hace parte del macro proyecto de Mano Cambiada, una corporación que creó para promover el empoderamiento de los habitantes de las comunidades rurales, para que sean agentes de transformación social, iniciativa que está siendo apoyada por la Unión Europea, pues es a fin con uno de los ejes de acción del proyecto Fronteras de Selva y Mar para la Paz.
“Nosotros somos un proceso social que pretende transformar el imaginario de pobreza de la región, que como estrategia se inventa una empresa. Primero porque esto sin recursos no se sostiene, pero también para mantener siempre la autonomía. Si no produzco mis propios recursos, no soy autónomo”, dice hoy con convencimiento Josefina, quien lleva más de 10 años en la lucha de promover un lugar turístico en un departamento olvidado por el Estado.
“Los años fueron puliéndome para darme cuenta de que la alternativa no era pelear por los derechos y buscar un espacio para capitalizarnos únicamente y de manera individual. Fui entendiendo que lo económico es un resultado, pero que lo que había aquí en juego era poner nuestra capacidad, valorar lo que teníamos y ser muy agradecidos con el universo. Tenemos un territorio absolutamente privilegiado. Y tú te puedes pasar toda la vida llorando sobre la riqueza, y estaba cansada de que lo que me representara fuera un modelo en lo que no me sentía representada (políticos, corrupción, exclusión), pero decidí responsabilizarme y poner esto en marcha”, cuenta Josefina.
Y es que todo esto empezó a materializarse cuando se dio cuenta de que el turismo era un sistema que daba oportunidad.
“El turismo comunitario es un modelo de autogestión territorial con el que se aprovechan los activos que cada territorio tenga. En el caso de nosotros tenemos dos, el ambiental y el cultural. Justo la combinación de esos dos activos es lo que anda buscando un viajero del mundo, que valora las experiencias y que es eso lo que viene a buscar”, dice Josefina.
El turismo comunitario aporta en la medida en que empodera a las personas que habitan un territorio. De hecho, el éxito radica en lograr esto, y ese es precisamente el consejo que Josefina le da a otras tantas comunidades que están intentando hacer lo mismo en tantos territorios del país tras la firma de la paz.
“Hay que tener en cuenta que ahora lo que nos va a desplazar posiblemente no sea la guerra, va a ser la búsqueda del poder adquisitivo. Cuando hay ese tránsito de tener el territorio como un factor sentimental y le damos solo el valor económico hay un riesgo inmenso en la población de perder el territorio, porque lo sede. Y le van a montar las grandes inversiones y los grandes hoteles y las grandes iniciativas de turismo, pero los pobladores a las malas podrán entrar a trabajar ahí, así que nunca hay que perder el sentido.
¿Cómo funciona el hotel?
“En Utría tenemos una operación que asumimos con el Gobierno Nacional, vamos a cumplir 10 años de operarlo, es un sitio con capacidad para 32 personas, una zona de restaurante con una comida exquisita. Nos hemos especializado en eso porque si algo tenemos es una magia en las manos para cocina. Acá no usamos químicos, todo es con hierbas de la azotea. Tenemos un sistema de paneles solares, la energía con la que funcionamos es solar”, cuenta Josefina.