El 2 de julio de 2008 en una zona selvática del sureste el Ejército rescató a 15 secuestrados por las Farc, entre ellos Ingrid Betancourt, en la Operación Jaque, una cinematográfica acción que hoy, 10 años después, sigue siendo considerada «perfecta» desde el punto de vista militar.
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Los rescatados sin disparar un solo tiro fueron, además de la excandidata presidencial Betancourt, secuestrada el 23 de febrero de 2002; los contratistas estadounidenses Thomas Howes, Marc Gonsalves y Keith Stansell, rehenes desde el 13 de febrero de 2003, y once soldados y policías, algunos de los cuales llevaban más de 10 años en manos de las Farc.
En esos años las desgarradoras imágenes de centenares de militares y policías encadenados y enjaulados en la selva indignaron al país y presionaron al Gobierno para buscar la manera de traerlos de regreso a la libertad.
El presidente Juan Manuel Santos, en la época ministro de Defensa del Gobierno de Álvaro Uribe (2002-2010) recuerda que los secuestrados por las Farc «se convirtieron en un dolor permanente» y para él era «una obsesión» buscar su liberación.
«La ‘Operación Jaque’ fue tal vez la operación de inteligencia militar más audaz, más ingeniosa y más exitosa de la historia reciente en el mundo entero», manifestó Santos en una entrevista divulgada por su despacho con motivo del décimo aniversario.
10 años de la Operación Jaque
El libreto para la puesta en escena de la operación que burló la férrea vigilancia de las Farc para arrebatarle el grupo de secuestrados empezó a escribirse luego de que el policía Jhon Frank Pinchao, en cautiverio desde el 1 de noviembre de 1998, logró escapar el 27 de abril de 2007.
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Pinchao dio a las autoridades detalles de la zona del sureste colombiano en la que estuvo secuestrado junto a Íngrid Betancourt y los tres estadounidenses, así como de la manera en la que estaban divididos los cautivos y de cómo los guerrilleros los movían por la selva.
Con esa información, Santos y el mando militar se dieron a la tarea de infiltrar las comunicaciones del frente primero de las FARC, responsable de los secuestrados.
El momento esperado llegó el 26 de marzo de 2008, día en que se conoció la muerte, por causas naturales, del fundador de las Farc, Pedro Antonio Marín, alias Tirofijo.
Dos meses después, esa guerrilla anunció que Guillermo León Sáenz, alias Alfonso Cano, era el nuevo jefe, lo que fue aprovechado por los militares colombianos.
Entonces, «los infiltramos y los convencimos de que estaban hablando entre ellos por radio para lograr que juntaran tres grupos de secuestrados que estaban distantes unos 50 kilómetros», dijo tras el rescate el entonces comandante del Ejército, general Mario Montoya.
En una de las comunicaciones, un miembro del Ejército que se hizo pasar por guerrillero, dio la orden de que prepararan a los secuestrados porque una misión humanitaria internacional los iba a visitar para llevarlos al lugar en que estaba Cano.
En el Fuerte Militar de Tolemaida, en el centro de Colombia, un helicóptero Mi-17 fue pintado de blanco y once hombres y una mujer, todos militares, ensayaron por tres semanas papeles de enfermera, periodista, camarógrafo y extranjeros miembros de un organismo humanitario ficticio.
El día señalado los cuatro tripulantes de la aeronave y ocho comandos volaron «disfrazados» y desarmados hacia un punto selvático del departamento del Guaviare en donde los esperaban unos 60 guerrilleros de las Farc y los 15 secuestrados.
Ya en tierra siguieron el libreto hasta conseguir que los jefes guerrilleros Gerardo Aguilar, alias César, y Alexander Farfán, alias Gafas, accedieran a subir al helicóptero con los rehenes esposados y a entregar sus armas por motivos de seguridad a la «misión humanitaria».
Durante 22 largos minutos y 13 segundos el equipo estuvo en tierra rodeado de guerrilleros armados hasta que finalmente el helicóptero alzó vuelo llevando a los 15 secuestrados y a los dos principales captores.
Una vez en el aire vino la sorpresa cuando los integrantes de la Operación Jaque redujeron a «César» y «Gafas» y el comandante de la misión les comunicó: «Somos el Ejército Nacional. Bienvenidos a la libertad».
La euforia estalló. Hubo lágrimas, gritos, saltos y abrazos, hasta el punto de que el piloto tuvo que pedirles calma para que el aparato no se desequilibrara.
«Eso fue el renacer y más que volver a nacer diría que fue una resurrección porque estábamos muertos, enterrados», aseguró Betancourt en una reciente entrevista con Efe.
La experiencia, manifestó, «fue muy fuerte y adicionalmente es bella porque es compartida. Es algo que comparto con mis compañeros que estuvieron conmigo y con los militares, muchachos que se jugaron la vida por ir a sacarnos», agregó.
Para la exsecuestrada, la «Operación Jaque» fue como «una bomba atómica de felicidad (…) un momento de inmensa felicidad para los colombianos y en muchos sitios del mundo».