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Callo

Es enfrentarse a ese rival que siempre hace daño, sin importar las circunstancias. Es ver el pasado reciente de enfrentamientos en fases directas para tomarse la cabeza y pensar que aquellas veces hubo tanto mérito de los barranquilleros y tantos errores de los azules como para tratar de pensar que los malos recuerdos sirven para no repetirse jamás.

El Junior es un equipo bravo, sin importar que hablen de que no está jugando bien, que ya no tiene el mismo punch, que se enreda en un extraño devaneo de su propia personalidad, que parece extraviarse a ratos de los partidos… Pero es el Junior, armado para ser campeón y que en los últimos años pareció tomarle la medida a Millonarios.

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Si la memoria no juega malas pasadas, en instancias finales los rojiblancos van adelante. Basta recordar aquel 2011 de paseo en Bogotá, con un 3-0 que tenía a Erick Moreno desperdiciando más goles de los que hizo esa tarde que debió concluir en una goleada a favor que no resistía ningún reproche. Es recordar al ‘Peto’ Rodríguez volando sin criterio a balones que se iban a milímetros, es recordar la zurda de Mayer Candelo cobrando un tiro libre al ángulo con un guante… pero es recordar cómo ese sueño se volvió en la peor pesadilla en el choque de vuelta en el Roberto Meléndez por culpa de un rebelde palazo de Luis Mosquera que pudo cambiar el panorama o un tiro libre excepcional de Juan David Valencia que nunca pudo pillar bien ubicado a Nelson Ramos. Qué más quisiera uno que poder enviar a la papelera de reciclaje mental aquel cabezazo del pequeño Vladimir Hernández, veloz para meter el frentazo frente al gigantón y torpe Cíchero, que lo doblaba en altura pero no en viveza. Y es un tatuaje triste aquel juego de piernas de Giovanni Hernández entre una zaga completamente desbordada. También fue el día que Mayer Candelo decidió no volver a patear penales después de ver que Viera le quitaba la chance de jugar la final de ese año.

En 2014 parecía que los miedos se desterraban porque Millonarios no tendría que ir a jugar sus restos a la húmeda Barranquilla –donde casi siempre le va mal–. Era la dicha de saber que terminaría la serie en Bogotá –donde a Junior casi siempre le va mal–. Eran tiempos de risotadas y diversión en las ruedas de prensa de Juan Manuel Lillo, eran épocas de cambio y de un fútbol distinto, arriesgado, pero efectivo. Aquella vez el juego de ida concluyó 0-0 y se suponía que en El Campín el margen azul sería amplio. No fue así y hubo penales. Y hubo dolor porque Otálvaro y Robayo no acertaron. Otra vez fuera
 de una final por cuenta de Junior.

Lindo sería pensar en ese Millonarios que cautivó ganándole a este Junior 3-1, dándole un repaso tremendo. Ese es el equipo que siempre se ha querido ver. No el de las borrosas presentaciones contra Envigado, Tuluá y Medellín.

 

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