Estaban sentados en el Hotel Puerta del Sol haciendo guardia el 18 de agosto. La gran duda de la prensa para el Colombia-Ecuador del 20 estaba sembrada en saber si el muchachito Albeiro Usuriaga iba de titular acompañando a Iguarán, o si el escogido iba a ser Rubén Darío Hernández, ubicado como segundo punta.
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Pocas veces la prensa había estado pendiente de algo diferente a la violencia en ese turbulento y triste 1989. Es que el camino nacional estaba lleno de lágrimas, como las de Arturo Salgado. Él había sido comisionado siete meses antes con 15 compañeros más para, en su rol de funcionario judicial, averiguar por qué aparecían muertos comerciantes de Cúcuta que se iban a hacer negocios cerca a Simacota, Santander. A Salgado y a sus demás compañeros les tendieron una emboscada, fraguada entre mafiosos y paras, porque a nadie le interesaba que se supiera nada de lo que allí ocurría. Recibió un tiro en la cabeza y se hizo el muerto mientras sentía, con los ojos cerrados, cómo ajusticiaban a sus demás compañeros. Cuando el ruido de las ráfagas pasó se escondió en un matorral hasta que Jesús Villamizar, fotógrafo de Vanguardia Liberal y uno de los encargados de cubrir la terrorífica masacre de La Rochela, lo vio y lo rescató antes de obturar su cámara.
El fútbol, aunque ayudaba a sonreír, era cura insuficiente ante una realidad que hablaba de recompensas de un millón de pesos para el sicario que asesinara un policía en las calles de Medellín, o que veía cómo los jueces que eran encargados de las investigaciones más duras hacia los capos del narcotráfico caían ante las balas de los criminales interesados en silenciarlos.
Siete personas, entre tantas otras en ese periodo, nunca supieron del Colombia-Ecuador del 20 de agosto de 1989 porque el poder oscuro de la mafia quiso que su reloj biológico se detuviera a las 7:12 a.m. del 30 de mayo de ese año. ¿Qué habían hecho para merecer ese destino?
Solo salir de sus casas para ir rumbo al trabajo. Los agarró una explosión de 100 kilos de dinamita en plena calle 56 con carrera séptima, en Bogotá, que buscaba matar a Miguel Maza Márquez.
Ese viernes 18 de agosto el lobby del Hotel Puerta del Sol, atestado de periodistas pendientes de la resolución del dilema Usuriaga-Rubencho, se quedó súbitamente en soledad –así lo contaba Antonio José Caballero– porque desde Bogotá llamaron a contar que Luis Carlos Galán estaba herido en Soacha.
Colombia ganó 2-0 a Ecuador (dos de Iguarán) y siguió su marcha rumbo al Mundial de 1990, al que clasificó el 30 de octubre del 89 al sacar un empate 0-0 en Tel Aviv contra Israel en la repesca. Y por fin hubo una sonrisa. El triunfo resultó ser un respiro ante el derrumbe nacional y la gente pensaba que en algo iba a ayudar esa felicidad a calmar la guerra. Yo era uno de esos. La embriaguez equivocada duró poco: el DAS y el avión de Avianca cerraron ese año, de los más tristes de nuestra historia y que liga, en mi caso personal, aquellas pesadillas con los duelos entre Colombia y Ecuador.
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Finalmente Usuriaga fue titular esa tarde. Salió del campo, reemplazado por Rubencho a los 68 minutos.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.