Tengo la morbosa fascinación de pensar cada tanto en las parejas del cine y compararlas con las de la vida real. Shrek y Fiona, Jack y Rose, Leia y Han Solo son algunas de las publicitadas relaciones que vienen a mi cabeza cuando veo en TransMilenio una que otra muestra de cariño entre dos ogros, un artista haraposo con una vieja buena o una ‘princesita’ con un gañán. Mi ejercicio mental no llega a imaginar amores imposibles, argumentos descabellados o finales trágicos, pero sí me entretiene en la hollywoodense experiencia de usar el transporte público de Bogotá (solo Hollywood podría plantear escenas dantescas como la de montarse en un bus articulado).
En los últimos días le he metido drama a mi ejercicio; y ahora, además de pensar en parejas clásicas, también especulo con relaciones desastrosas –de película– que son dignas de incluir en una lista de viernes de ‘tusa’. La calle da para todo, y no ha sido difícil identificar cómo se replican las escenas de cintas tipo Blue Valentine o 500 días con Summer con el fondo dramático de las locaciones bogotanas. Cómo no sentarse a llorar ante un plano panorámico que refleje el clima bipolar de la ciudad, sumado a planos generales de los trancones y luego primeros planos del estrés de la gente. ¡Toda una composición que saca lágrimas!
Pero sin más preámbulos: luz, cámara, acción. Si escucha y observa con detenimiento, Bogotá ofrece casos como los de Dean y Cindy (Blue Valentine), quienes cansados de su matrimonio se irritan y ofenden con facilidad, o casos desdichados como el de Tom Hansen (500 días con Summer), que siente que el mundo se le viene encima cuando la mujer que creía era el amor de su vida le dice adiós sin anestesia. La ficción puede ser muy real, ¿alguna vez vio algo más triste que una pareja que no se habla mientras cena? Ni qué decir de los rostros de desolación o impotencia que deambulan por ahí (Dean y Tom son ejemplos de ello) o aquel desadaptado que comparte su playlist de despecho –a todo volumen– con el resto de humanidad indiferente a su dolor.
El amor y el dolor están tan presentes en el cine que la lista para la tusa es larga. Cómo no citar el clásico Annie Hall, de Woody Allen, la perturbadora relación de los actores de Titanic en Revolutionary Road o la desgarradora historia de la pareja de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. El menú es amplio para que haga una maratón con cintas en las que el amor es protagonista, aunque no sea de la forma más dulce o Disney posible.
Por estos días, la cartelera de cine tiene la película Suite francesa, que para variar plantea un amor imposible propio de un culebrón: se trata de una joven (Michelle Williams) que tiene al marido como prisionero de guerra y se enamora del oficial alemán que ocupa, de manera obligada, su casa. Allí no vive sola, sino que su sofocante suegra complica más cualquier contacto con el oficial y lleva a que el sentimiento que empieza a surgir esté acompañado con la culpa.
Esta película es una buena opción para los que quieran ver en cine una historia de amor, pero también a los que les gusta el drama y buscan verse reflejados en situaciones de ‘tusa’. Finalmente, el éxito del cine se logra cuando el espectador se ve en la pantalla, con situaciones que lo identifiquen, que en el caso del amor va desde las primeras semanas de enamoramiento, las discusiones, los problemas y un final que puede, o no, ser feliz.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.