El 51,9 % de los votantes dio la espalda tanto al Gobierno conservador como a la oposición laborista, que defendieron la permanencia en el bloque comunitario, y optó en cambio por la ruptura con Europa en el referéndum del 23 de junio.
David Cameron, que convocó la consulta convencido de que el «sí» a la UE ganaría con holgura, dimitió como primer ministro horas después de conocer el resultado de la votación y dejó paso como sucesora a Theresa May, hasta entonces a cargo de las políticas migratorias como ministra de Interior.
Antes de abril de 2017, May espera iniciar de forma oficial un complejo diálogo con Bruselas en el que se enfrenta al dilema de elegir entre el acceso al mercado único europeo y el cierre de las fronteras a los comunitarios, dos opciones que para la UE son excluyentes.
Miles de funcionarios de todos los ministerios -una fuerza de trabajo que ha sido descrita como la mayor puesta en marcha en el Reino Unido desde la Segunda Guerra Mundial- diseña contra reloj un plan de divorcio que nadie había comenzado a elaborar antes del referéndum.
El acuerdo de desconexión con Bruselas determinará la deuda acumulada de Londres con la UE, que el Reino Unido podría verse obligado a continuar pagando una vez fuera del grupo, así como el nuevo rol británico en multitud de mecanismos comunes.
Está en juego el futuro del Reino Unido en la unión aduanera comunitaria, la Agencia Europea del Medicamento, la Oficina Europea de Patentes, la cooperación fronteriza, Europol, la Agencia Espacial Europea, el Cielo Único Europeo y las cuotas pesqueras, entre otras incógnitas sobre la mesa.
Para explicar los motivos por los que los británicos decidieron iniciar un proceso político que amenaza con sumir al país en la incertidumbre durante años, los expertos apuntan a los mismos argumentos que han avivado el avance del eurófobo y antiinmigración Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), que ligan al auge de otros movimientos populistas en el continente.
«Hay una gran cantidad de ciudadanos, especialmente aquellos con poca cualificación, que ya no cree en las instituciones públicas. No confían en los políticos, ni en los economistas, ni en los medios de comunicación», afirmó a Efe Dennis Novy, profesor de la Universidad de Warwick.
En 2014, el UKIP ganó las elecciones al Parlamento Europeo en el Reino Unido con 4,3 millones de votos, frente a los 4 millones del Partido Laborista y 3,7 millones del Partido Conservador.
El triunfo en las urnas de una formación con mensajes contrarios a la inmigración fue un signo incuestionable, según Novy, del giro político que cristalizó en el «brexit», un escenario que guarda similitudes con el auge en Francia del Frente Nacional (FN) y la victoria del republicano Donald Trump en EEUU.
«Existe la creencia entre muchas personas que han sufrido (con la globalización) de que la política está acabada. Ese es un gran problema en Estados Unidos, pero también en muchos países europeos», señaló el economista, que actuó como asesor especial de la Cámara de los Lores sobre el acuerdo de libre comercio con EEUU (TTIP).
«Otro factor común en algunos países es el nacionalismo. Esto tiene un peso enorme en el Reino Unido, sobre todo en Inglaterra, y ha contribuido en gran medida a todo esto», sostuvo Novy.
Paul Taggart, autor del libro «El nuevo populismo y la nueva política», coincide en que la inmigración fue el factor «clave» en la victoria del «brexit», aunque puntualiza que las causas profundas están enraizadas en «los aspectos particulares de la política británica».
El Partido Conservador ha estado dividido sobre su apoyo a la UE desde principios de los años 90, mientras que el Partido Laborista nunca se ha comprometido con la defensa del bloque común, un vacío que aprovechó el UKIP para lanzar sus consignas contrarias a la integración, que con los años calaron en el electorado, según el profesor de la Universidad de Sussex.
«El UKIP apeló tanto al ala euroescéptica de los conservadores como a los votantes laboristas que sentían que se les había dejado de lado», analizó.
El voto por el «brexit» no solo sacudió el Gobierno de Cameron, sino que abrió una de las mayores crisis en la historia del Partido Laborista.
Su líder, el veterano euroescéptico Jeremy Corbyn, se vio obligado a convocar unas primarias ante la dimisión de gran parte de su equipo, que le acusó de haber boicoteado la campaña a favor de la permanencia en la UE con su falta de entusiasmo.