“En el marco de la operación Orión se presentaron al menos 475 detenciones arbitrarias”, Julián Marín.
Un día que desean con todo el corazón que no se vuelva a repetir, porque aunque se realizaron más de 25 operaciones militares, en los más de 20 barrios que componían la comuna 13, Orión fue la peor.
PUBLICIDAD
Antes de la operación, entre 1999 y el 2002 los enfrentamientos entre miembros del ELN, las FARC-EP, los Comandos Armados del Pueblo, las fuerzas paramilitares y las fuerzas militares del Estado, era el pan de cada día para los habitantes de la comuna.
Los parques, las calles y hasta los colegios dejaron de ser espacios para que los niños jugaran, caminaran o estudiaran; se convirtieron en lugares donde se veían trincheras o a donde se trasladaban todos aquellos desplazados por alguno de estos grupos, “veíamos los hombres y mujeres armados, vistiendo prendas militares, el diario vivir era el vivir de la guerra”, así lo recuerda Julián Marín, habitante de la comuna 13 y quien perdió a su hermano en esa época.
Durante casi cuatro meses los niños no asistieron a clases en el colegio, porque allí se resguardaban las familias que habían sido desplazadas, nadie permanecía en la calle después de las 6 de la tarde y también el transporte público estaba limitado en su horario.
“Hasta ser joven en este territorio era complejo en esa época porque tanto los paramilitares como la fuerza pública nos señalaban. Hay una bella canción que se llama ‘Amargos recuerdos’ que dice: que si vienes del morro eres un guerrillo como el resto”, explica Julián de cómo se podría resumir la vida en esa época en la comuna.
Y como si hubiese sido poco, llegó la operación Orión, la prueba piloto de la política de Seguridad Democrática, en la que se planteaba el control de los territorios a través del uso de las armas, lo que incluía la estrategia de militarización y la creación de las redes de informantes.
Dicha operación estuvo al mando del General Mario Montoya, cumpliendo las órdenes del entonces presidente de la República, Álvaro Uribe Vélez; y quien ejecutó la incursión en el territorio, “llegaron los policías y el Ejército nacional, supuestamente, diciendo que había llegado la paz”, así recuerda que inició ese día Martha Lucía Medina, habitante el barrio Belencito y hoy representante de Talentos Culturizzarte.
PUBLICIDAD
A medida que pasaban los minutos, las ráfagas de los fusiles AK47 eran más fuertes, el terror y el olor a pólvora se esparcía por cada centímetro del territorio, “nosotros no teníamos trincheras, quedamos en medio del fuego, ellos asumieron y la orden era que todos los de la comuna, absolutamente todos, éramos milicias, que éramos guerrilleros”, cuenta Martha con la voz entrecortada.
Y es que la orden incluyó la militarización de todos los barrios de la comuna, la cual se encuentra dividida en siete nodos y en el número uno fue donde se desarrolló el eje central de la operación, territorio en el que se encuentran los barrios Belencito, Betania, Villa Laura, Asomadera y El Corazón; que es el área que colinda con los nodos dos y tres, donde está El Salado y las independencias, otros lugares donde también se sufrió la barbarie de la operación.
Recordar las vidas que se fueron por las balas perdidas, los sonidos de la muerte, los olores del terror después de 14 años, sigue rasgando el corazón, “disparos que se nos llevaron las vidas, se nos llevaron muchas personas, tenemos muchos desaparecidos… están en la escombrera” dice Martha con el nudo en la garganta, porque aunque pase el tiempo, el dolor sigue vivo.
La escombrera, aquel lugar en el que cientos de familiares tienen la esperanza de encontrar los restos de sus hijos, hermanos, padres, tíos, primos o amigos; que durante una época de terror simplemente desaparecieron.
Este lugar está a las afueras de la comuna 13, por quintas de San Javier, un área que comunica con el corregimiento de San Cristóbal, ahí, justó en ese lugar pueden estar todos aquellos a los que por más de una década sus familiares están esperando.
Y es que la esperanza ha renacido por “las declaraciones de alias Jorge 40, que dice que definitivamente ahí hay más de 300 personas enterradas, y apenas hace un año se empezó una investigación y se hizo la reapertura, pero hasta la fecha no se ha encontrado absolutamente nada”, agrega Martha mientras su mirada se oscurece y su rostro es muestra de su indignación por la falta de resultados.
Pero es evidente y todos aquellos que perdieron un ser querido durante ese fatídico día, entienden que remover los escombros que se han acumulado por más de 13 años, no es tarea fácil.
La comuna 13 se convirtió en un campo de batalla en la ciudad, una zona de guerra, en donde el sufrimiento y el dolor se respiraban en el ambiente, una zona en la que se enfrentaron las fuerzas del Estado con paramilitares, guerrilleros y las milicias urbanas.
Una guerra en la que además de la gran cantidad de personas que perdieron la vida por los homicidios selectivos y las balas perdidas, también dejó centenares de desaparecidos, “nos desaparecieron muchas madres, hermanos, amigos, hijos, tíos, primos, profesores, gente inocente que no tenía nada que ver con el conflicto armado; nos acusaban, nosotros no pedimos donde vivir, pero aquí es donde nacimos y donde nos desarrollamos”, explica Martha mientras recuerda el gran estigma con el que quedaron marcados todos los habitantes de la comuna.
Y es que muchos sufrieron humillaciones, discriminación y maltrato por el simple hecho de ser habitantes de una comuna en la que por más de 20 años el Estado no estuvo presente y que de un momento a otro incursionó con el uso de la fuerza militar, dejando como resultado el dolor de familias desintegradas.
“La guerra nos marchitó el alma, nos marchitó el presente y obviamente un futuro porque ya no se podía salir a trabajar, teníamos que crear estrategia porque vivíamos con el miedo de que una bala nos fuera a coger, teníamos que salir y recoger a nuestros vecinos en la calle desangrados. Tuvimos que afrontar abusos tanto de las fuerzas militares de izquierda como de derecha”, relata Martha.
Justo en ese entonces es cuando aparecen las temidas barrera invisibles en el territorio, “si uno iba a visitar a un familiar a otro barrio cercano, por simplemente cruzar ese lugar, asumían que era de izquierda o perteneciente a algún grupo y era asesinado”, revela Martha.
Hoy, 14 años después las víctimas y las organizaciones se unen para conmemorar esta fecha, para pedir que todos volteen la mirada hacia la comuna 13 porque todavía hay muchas personas que no han recibido las respuestas reales y concretas de lo que sucedió ese terrible 16 de octubre de 2002 con sus familiares.
El significado de enterrar sus cuerpos simbólicamente, explica Martha es para “hacer un duelo, porque cada año para nosotros se nos marchita el alma de saber que es un año más, que quizás para los demás es un olvido, pero nosotros no nos podemos dar el lujo de que olviden, porque tenemos derechos y exigimos una respuesta real con resultados y con los responsables”.