Esta vez fue verdad, no era un rumor de Twitter: Marcos Mundstock había muerto. Y se siente la tristeza de la partida de quien ha estado ahí toda la vida, dando consejos para padres como el doctor Heriberto Tchwok, promoviendo el libro de Warren Sánchez (sí, el que se podía comprar en el hall de la entrada), acompañando a Carlitos como Carlitos en su regreso (“si no me hubiera ido, hoy no podría volver”), promoviendo Nopol (‘que cuida su ropa’), en el homenaje a Huesito Williams (‘Huesito Williams compuso 3500 canciones: utilizó la misma música en 64, de las cuales, a 47 les puso la misma letra’) y en los ‘biólogos’ con el también fallecido Daniel Rabinovich, en los que a veces no podía contener la risa («This is the pencil of Esther Píscore”).
Les Luthiers y la voz grave de Mundstock han estado desde que tengo uso de razón. Desde que en el Canal 11 o Canal 3 (hoy Señal Colombia) pasaban algunas presentaciones que grabábamos con mis papás en Betamax (sí, soy población en riesgo) y que con el paso del tiempo nos aprendimos de memoria e incluimos en las conversaciones. Compramos los pocos vinilos (en aquella época los llamábamos acetatos) que podían conseguirse y fuimos, sin falta, a sus presentaciones en el Teatro Colón, que nos hacían olvidar, en un solo ataque de risa, esa realidad confusa de la década del ochenta. Sin embargo, un día dejaron de venir a Bogotá, y tan solo nos quedaron unos casetes con el audio de sus presentaciones en el Colón (no recuerdo de quién eran esos casetes. Una dama no tiene memoria).
En la década del noventa me aferré a esos audios (no, no recuerdo cómo llegaron a mis manos esos casetes), con risas y voces de algunas personas que ahora ya no están. Me reí más de una vez con Mundstock como el tío Oblongo (“que en dialecto suajili quiere decir más largo que ancho”) preguntándose dónde estaría su sobrino Yogurtu Mghe, que tuvo que huir precipitadamente por culpa de la escasez de rinocerontes; canté con Aníbal, el insatisfecho, en Las majas del bergantín (“la fragata que yo digo (que empieza por b) se llama Bilbao”); me aprendí todas las canciones de La Tanda (“la kermés de los sábados le da alegría a la familia en el hogar”) y entendí la historia de Edipo de Tebas, que el mismo Mundstock cantaba, en Epopeya de Edipo de Tebas.
Años después, los volví a ver, ya no en el Colón, sino en Corferias. Había pasado mucho tiempo desde la última vez, pero tenían un nuevo repertorio y su conversación con Rabinovich sobre Esther Píscore y Fronteras de la ciencia (“por qué se escuenden, por qué no se mostran”) me hicieron llorar de la risa como cuando veía el Betamax que tenía con el Homenaje a Huesito Williams (sí, estoy teletrabajando, porque ya tengo una edad).
La última vez que vi a Mundstock fue en el Palacio de los Deportes hace dos años. Esa vez, de los luthiers de siempre solo lo acompañaban Carlos López y Jorge Maronna (Carlos Núñez ya se había retirado). Sin embargo, no dejé de llorar de la emoción de volverlos a ver y, tal vez, de saber que sería la última. Lo que sí me quedó claro en ese momento y lo reafirmo ahora es que Les Luthiers y su voz, la de Marcos Mundstock, siempre han estado y nunca dejarán de estar, porque sus narraciones, chistes, canciones y Mastropiero me seguirán acompañando ‘en su versión completa’.
El sendero de Mundstock
Marcos Mundstock
- Nacimiento: Santa Fe, 25 de mayo de 1942
- Muerte: Buenos Aires, 22 de abril de 2020
- Estudios: tres años de Ingeniería, pero abandonó la carrera para fundar Les Luthiers, con unos compañeros del coro de la universidad. También estudió locución.
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