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Así como Chuck Norris, Bob Ross se convirtió en todo un ícono «millennial» luego de darse a conocer al mundo por su pedagógico programa de pintura. El pintor no solo ha quedado como un símbolo retro sino como todo un elemento para hacer parodias y por supuesto, memes a raudales.
Ahora bien, el afro que lo hizo famoso ni siquiera es de verdad. Su pelo era liso, porque como no conseguía vivir como pintor, quería meterse a la Fuerza Aérea. Entonces se veía así:
Esto lo reveló su socia de negocios, Annette Kowalski. Luego de que Ross dejó la Fuerza Aérea, él trató de conseguir vivir de su sueño. Como no podía pagarse varios cortes de cabello (porque en países como Estados Unidos la peluquería es carísima), decidió hacerse un permanente, que se volvió en su peinado estrella.
«Tuvo esta brillante idea para ahorrar dinero. Dejó su pelo crecer, se hizo una permanente y así decidió que jamás necesitaría cortarse el pelo otra vez», explicó Kowalski, citada por el portal NPR.
El problema es que Ross, irónicamente, odió su peinado. «Nunca, nunca pudo cambiar su cabello y se volvía loco por eso», dice Kowalski. «Estaba cansado de su cabello rizado».
Sin embargo, este sello de marca le dio una poderosa identidad. Los televidentes amaban su programa, «La Dicha de Pintar». Con su voz suave y amigable, acercaba la pintura a mucha gente que quería comenzar a crear. Todo, a través de obras maestras que hacía en 30 minutos. Sobre todo, de paisajes como valles, acantilados, bosques y siempre árboles.
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Ross siempre se mantuvo reservado en su vida privada. Dio pocas entrevistas en vida. Annette Kowalski fungió como la mánager del pintor hasta el día de su muerte. Ella le ayudó al comienzo de su carrera, en sus pobres comienzos y luego cuando comenzó a grabar comerciales y el show de TV, que fue donde el pintor obtuvo su fama.
El show duró de 1982 a 1994. Ross grabó más de 400 episodios. La magia del show es que Ross les hacía pensar a los televidentes que pintar era fácil. «Pero no todo era tan espontáneo como parecía», afirma Kowalski. De hecho, Ross hacía tres pinturas iguales para cada episodio. La primera era usada como referencia, la segunda la que los televidentes veían en televisión y la tercera era usada con más detalle para sus libros de instrucciones. Ross era meticuloso.
«Bob me decía que investigaba cada trabajo. Sabía lo que iba a decir y hacer en cada programa», dice su exmánager. Así que lo de los «Accidentes Felices» era también premeditado. Y por supuesto, Ross aparecía relajado, pero era supremamente exigente y perfeccionista, tanto en el show como en su negocio.
Ross murió a sus 52 años, de linfoma, en 1995.