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A diferencia de sus pares del cine, los premios Grammy tienen una licencia: el músico puede hacer del traje un performance, en el que puede mostrar su extravagancia. El colorido, las texturas, los vestidos con siluetas jamás vistas son válidos.
Eso, hasta que muchos vestidos comienzan a fallar en ejecución. Sea porque la estrella no fue vestida adecuadamente para soportar semejante estructura, o porque la combinación luce increíblemente deslúcida, o porque las texturas no envuelven bien el cuerpo. O tal vez el color puede arruinar una pieza increíblemente bella.
En esta ocasión, no se condena la extravagancia, sino el hecho de hacerla tan literal, casi como un disfraz. Y esto fue lo que más pululó en los Grammy 2016.