Opinión

Banda y venda

«¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán! Levántate y escucha las campanas;

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levántate —por ti la enseña ondea— por ti suena el clarín;

por ti son las guirnaldas y festones —por ti se apiñan gentes en la orilla;

por ti claman, la inquieta masa a ti se vuelve ansiosa.»

Dieciocho minutos en el reloj. A pesar de tener más fútbol en sus pies, Colombia vuelve a sucumbir ante el temple de los chilenos. El tablero anuncia el cambio y nunca antes esa palabra tuvo tanto sentido. Su ingreso no solo modifica el esquema táctico en el terreno de juego, también el ánimo del equipo. Una inyección al espíritu. 

Se acerca James. Trae la misma mirada que tenía hace una década cuando lo conoció en Porto y entendió que quizá Falcao sería lo más cercano a un hermano mayor, dentro y fuera de la cancha. James es el capitán y al no ser sustituido en ese movimiento, puede seguirlo siendo. Al final, se lo ha ganado también. Su vitrina repleta, su botín de oro en una Copa del Mundo y su devoción por aquella camiseta con la que ‘juega hasta cojo’. Sin embargo, va hasta donde Falcao, le pide su brazo derecho y abraza su bíceps con la banda tricolor. 

Una banda que venda una herida. Su felino corazón ha sido lastimado por las palabras de aquellos que desde la comodidad del sofá, y con una amnesia que ya no sorprende, escupen adjetivos como látigos y dicen que ya está muy viejo para venir a la Selección, qué su tiempo pasó. Lo repiten tanto que quizá hasta sus más fieles seguidores han llegado a dudarlo. Pero no es así: en la última jugada del partido consigue un gol que vale un punto, un punto que vale oro. Y cuando se encuentra oro solo se puede hacer una cosa: gritar. Un grito que abre la llave del alma. Falcao corre hacia la esquina y da un rugido mientras se eleva. Al caer encuentra el abrazo de su equipo, de su patria que le dice lo que un día Whitman escribió: «por ti son las guirnaldas y festones —por ti se apiñan gentes en la orilla». Entonces llora el capitán. 

Falcao se ha ganado el derecho a decidir hasta cuando vestirá estos colores. No se trata de un cheque en blanco que le asegura titularidad, eso sería terriblemente dañino, sobre todo para él. Debe jugar el que mejor esté, el que más le sirva al entrenador en función de su idea y de la propuesta del rival. Se trata entonces de honrar las huellas de aquel que le ha dado más gritos de gol que cualquiera a este país, de entender que tener un jugador de sus características futbolísticas y su contagioso liderazgo (así sea en el banco) es una bendición. Y las bendiciones hay que abrazarlas antes que el tiempo rompa la banda y la venda, y diga no más. 

Julián Capera / @juliancaperab

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