Mi abuelo decía que llamar las cosas por su nombre es un arte. Casi una utopía cuando, naturalmente, cada concepto humano está cargado de subjetividad. Pero hagamos el intento: la partida de James Rodríguez hacia al Everton es un retroceso. Una verdad tan clara como que en Alemania hace frío, mucho frío. Y seguramente él lo tiene claro. Es un tipo muy inteligente, ganador además, que no necesita vivir de eufemismo en eufemismo, como Tarzán en sus lianas, para no rozar el espeso lodo de la verdad.
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Tan claro tiene James que hay que llamar las cosas por su nombre, que no le importó aceptar con total frescura no haber logrado adaptarse a la vida en Alemania. Algo que seguramente le pasaría a la mayoría de aquellos que hoy hacen memes de él. Algo que seguramente les ha pasado en situaciones menos exigentes. Evidentemente que ellos lo confiesen, no trasciende más allá de las ventanas de sus casas, pero que James lo diga es noticia en varios idiomas.
Pero volvamos al Everton. ¿Cómo no va a ser un paso atrás dejar el equipo más laureado de Europa para ir al equipo inglés que hace 25 años solo abre la puerta de sus vitrinas, evidentemente mucho más angostas, para limpiar sus añejos trofeos de FA Cup, Primera División y Recopa de Europa? ¿Cómo no va a ser un reversazo dejar de pertenecer a la plantilla de los mil millones de euros para integrar ahora una que apenas supera los 400?
Sin embargo, en momentos así, la marcha atrás también es un síntoma de inteligencia. Seguir avanzando hacia una vía cerrada o permanecer inmóvil a mitad de la carrilera reflejan todo lo contrario: insensantez. Después de la última temporada en Real Madrid, James tenía que moverse, para donde fuera. A sus casi 30 años, esperar al término del contrato para quedar libre (con la sentencia tan legible que le ha dado Zidane), puede ser aún más grave para su carrera. Había que moverse, incluso hacia atrás. Y si ese movimiento le permite echar mano del arnés que siempre funcionó cuando trató de volar, pues con mucha más razón es una decisión inteligente.
Volverse a encontrar con Ancelotti es una buena noticia. Un alivio real en medio de la crisis. No porque James no sea capaz de brillar con otros entrenadores (lo hizo con Falcioni, Ranieri, Villas Boas y Heynckes), sino porque con Carletto hay certeza de la confianza que recibirá desde el día uno, permitiéndole retomar ritmo y volver a avanzar de la mano de un entrenador que lo conoce, lo quiere y lo respalda.
Aterrizar en la Premier League representa además la posibilidad de estar en el escenario más competitivo de Europa. Una buena temporada bajo esos reflectores puede ponerlo rápidamente de nuevo en el radar de equipos de primera línea.
James retrocede, y ojalá, como también decía mi abuelo, sea solo para tomar impulso. Depende de él.