Opinión

Esa sensación de recocha…

“Por más de que hago un esfuerzo racional para entender que soy testigo de partidos históricos (como lo fue la goleada 8 a 2 del Bayern al Barcelona) y que estoy viendo en la pantalla a jugadores de excepcional calidad que lo dejan todo en la cancha, en realidad me siento en un entrenamiento, en una recocha, en un partido en que los equipos no recibirán ni un euro y los perdedores recompensarán a los vencedores con un par de petacos de cerveza”: Eduardo Arias

Ustedes me perdonarán pero no he logrado cogerle el tiro a estos partidos de la fase final de la Champions League que se disputan en Lisboa. Y la razón es muy sencilla: no hay público. O, más exactamente, no se escucha al público.

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Curioso que sea yo quien lo diga, una persona que muy rara vez ha ido al estadio y que de niño entró al mundo de fútbol a través del radio de pilas Sanyo del abuelo y que luego consolidó su pasión a través de la televisión.

Esta sensación de que eso que vemos en la pantalla es irrelevante la había sentido antes de la pandemia en algunos partidos de la liga colombiana que se juegan en estadios desocupados, así como de Copa Libertadores entre algún equipo de Bolivia y otro de Paraguay. La sensación de desamparo se ha multiplicado por 100 en estos partidos del torneo de fútbol más importante del mundo. Cada vez que alguien grita, esa voz rebota por todas las tribunas y la reverberación puede durar incluso más de un segundo. Sí, yo lo sé, se trata de un partido de la ronda definitiva de la Champions pero, la verdad, siento como si estuviera en la piscina de la Cruz Roja donde tomé clases de natación en las vacaciones largas de 1972. O en los juegos olímpicos cuando hago zapping y aterrizo en una competencia de esgrima o de judo que se celebra en un escenario bajo techo, donde cada grito de aliento o de reclamo que se emite lo amplifican unas paredes desnudas.

Por más de que hago un esfuerzo racional para entender que soy testigo de partidos históricos (como lo fue la goleada 8 a 2 del Bayern al Barcelona) y que estoy viendo en la pantalla a jugadores de excepcional calidad que lo dejan todo en la cancha, en realidad me siento en un entrenamiento, en una recocha, en un partido en que los equipos no recibirán ni un euro y los perdedores recompensarán a los vencedores con un par de petacos de cerveza. Y no precisamente de Heineken, la empresa que patrocina el evento, sino polas, agrias, amargas de las de toda la vida.

Una idea que han tenido los organizadores ha sido poner sonido ambiente de estadio. Aunque el truco en algo ayuda, no se logra el efecto deseado. A veces el sonido no coincide con lo que uno ve. Eso me recuerda tiempos muy lejanos de nuestra televisión en blanco y negro, cuando en programas como Campeones en acción y Fútbol, el mejor espectáculo del mundo pasaban partidos en diferido con una cinta sinfín en la que uno oía una tribuna eufórica que cantaba gol mientras en la pantalla se cobraba un saque de banda y un silencio aterrador cuando se marcaba algún gol. Un sirirí que cada cinco minutos se repetía idéntico durante hora y media.

En el partido del Bayern Munich contra el Barcelona seguramente contrataron un DJ que se encargaba de meter silbidos cada vez que se pitaba alguna falta, cánticos de alguno de los equipos cuando se desarrollaba una jugada en la mitad del campo y unos más bien lejanos y no muy convincentes gritos de euforia cuando alguien del Bayern metía un gol. Sin embargo, después del cuarto o del quinto gol como que el encargado del diseño sonoro del espectáculo se aburrió de su insólita tarea y los efectos de sonido ambiente de tribuna comenzaron a sonar en modo random.

Muchas veces se ha dicho que la verdadera razón de ser del fútbol no son los jugadores, ni los técnicos, ni mucho menos los dirigentes sino el público que paga una boleta y asiste a los estadios para sufrir por la camiseta que lleva estampada en su corazón. En esta versión pandémica y confinada de la Champions esa verdad de a puño ha cobrado una nueva dimensión.

@ariasvilla

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