Corría el mes de mayo de 1955. Bogotá ardía con la fiebre del ciclismo; la vuelta a Colombia estaba en marcha y las hazañas de Ramón Hoyos Vallejo atrajeron la atención del joven periodista Gabriel García Márquez, quien planeó una serie de columnas sobre el campeón de la vuelta, que habrían de publicarse por entregas en el diario El Espectador.
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Antes de lanzarse a escribir la vida y milagros de Hoyos, García Márquez escribió un breve artículo sobre cierto hecho sorprendente que ocurría en todas las esquinas de la ciudad: la fiebre del ciclismo y “especialmente del ciclismo imprudente”; corrían ciclistas por todas las calles, alteraban el orden y se convirtieron, mientras duró la vuelta a Colombia, en el dolor de cabeza de los policías de tránsito de la ciudad. En las paredes del barrio Chapinero los ciclistas recostaban sus bicicletas y se iban a apretujar en torno a un radio que transmitía las etapas en la tienda de la esquina. Terminada la transmisión cada cual cogía su bicicleta y se lanzaba por las calles del barrio, en un afán de imitar las hazañas de los profesionales. Los accidentes, dijo García Márquez, llegaron a alertar a las autoridades.
No era el único problema; la policía trató de controlar a los ciclistas estableciendo límites de velocidad y solicitando licencias. Para conducir una bicicleta en el centro de la ciudad, por ejemplo, se requería de una licencia especial. El joven reportero notó con sorna que la medida era totalmente inútil: el propietario de la bicicleta podía tener su licencia, pero la bicicleta misma, en medio de la fiebre del ciclismo, se convirtió en un objeto de propiedad común que muchos podían montar. En palabas de GCM, la medida burocrática creó la paradoja de tener más ciclistas que licencias.
Otra consecuencia de la fiebre del ciclismo fue el improvisado negocio de alquiler de bicicletas; en diversos puntos se organizaron, en medio de la calle, puestos en los que se podía, por módica suma, arrendar una bicicleta. Para escándalo del reportero, esos negocios carecían de cualquier tipo de control; de hecho, notó que mayoritariamente, eran administrados por menores de edad. Cualquiera, con licencia o sin ella, podía alquilar una bicicleta y salir a toda velocidad por el barrio, creyéndose Hoyos o el “Zipa” Forero. Hasta los niños tomaron parte en la locura: “en el parque Oskar, del barrio Santa Fe, un niño sin licencia conducía un triciclo sin licencia por la mitad de la calle”.
Un mes después de escribir este artículo, García Márquez emprendió la redacción de su proyectada serie de artículos sobre el escarabajo de la montaña quien, por supuesto, ganó el certamen ciclístico nacional con suficiencia. García Márquez entró en el reino de los escritores del siglo XX que se apasionaron por el deporte de las bielas y Hoyos se convirtió en el primer pedalista colombiano en tener como bardo a un futuro premio Nobel de literatura.
Pasaron los años. Ramón Hoyos ganó Vueltas a Colombia y murió. El joven reportero ganó un Nobel y murió. La fiebre del ciclismo ha vuelto y ciclistas sin licencia y sin casco siguen recorriendo las calles bajo el impulso de la adrenalina.
Por: Jorge Iván Salazar / @acerocaballito