Para los antiguos griegos, tanto la niñez como la vejez eran vistas como etapas imperfectas del crecimiento del hombre. Por eso, resulta casi imposible encontrar hoy imágenes o esculturas de estos periodos del desarrollo humano en la historia del arte griego. La juventud era el catalizador, el salto más alto en esa corta carrera hacia la muerte, puesto que las expectativas de vida de los contemporáneos de Homero no superan los 35 años. Niñez y vejez estaban condenadas, pues, al cuarto de San Alejo de los anales del arte, mientras que la juventud no solo era la glorificación de la perfección física, el mediodía de la vida, sino también el momento de mayor conciencia del ser humano.
Una de las apuestas del Centro Democrático por Iván Duque fue, precisamente, su juventud, a pesar de que, a sus 40 años, su experiencia política había sido solo la de llevarle la maleta al jefe. No había desempeñado cargos administrativos significativos, más allá de ser un burocrático consultor de la Corporación Andina de Fomento, CAF, como asesor del Ministerio de Hacienda de Andrés Pastrana, y más tarde como jefe cultural de una división del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Una ojeada a su hoja de vida nos dice que el desconocido joven, que en 2014 se convirtió en senador de la República gracias a una lista cerrada presidida por el “honorable” expresidente Álvaro Uribe Vélez, se encontraba en esa etapa de imperfección, de inmadurez política e intelectual que tanto detestaban los antiguos griegos.
El niño es, por antonomasia, débil, inexperto, inmaduro y, por lo tanto, debe ser protegido por un adulto. En ese camino hacia la madurez, el niño asimila los elementos de su cultura: las costumbres (buenas y malas), los hábitos, las creencias y, por supuesto, los elementos axiológicos que gravitan en el espacio social. En esta etapa, es fácil ser engañado y manipulado, ya que carece de las bases del discernimiento que solo surgen con la acción experiencial. En el caso de Iván Duque, su experiencia se tradujo en seguir los pasos del máximo representante de la ultraderecha colombiana, un señor que ha sido acusado de múltiples delitos (tanto disciplinarios como penales) cuyas investigaciones (300, aproximadamente) reposaban en los archivos de la Fiscalía General de la Nación, la Corte Suprema de Justicia y la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes.
Esta experiencia, asimilada a través del otro (recuerden que un “honorable” senador del partido de gobierno llegó a afirmar que su experiencia con el expresidente Uribe era lo equivalente a realizar un doctorado) convirtió a Iván Duque en un niño viejo, incapaz de conectarse con su propia realidad ni comprender las necesidades de su entorno. Es decir, pasó de ser un púber, etapa de imperfección según los antiguos griegos, a otra mucho más imperfecta, pues es el regreso a la niñez, pero con las arrugas que deja el paso del tiempo.
Tal vez esto pueda explicar por qué un señor de 45 años, que llegó a la Presidencia de Colombia sin haber administrado siquiera una tienda de barrio, esté tan desconectado de los jóvenes, esté tan desconectado de las necesidades de los colombianos y haya hecho retroceder al país a los años en que su mentor fue el inquilino de la Casa de Nariño, a esos terribles años en que los informativos televisivos abrían su primera edición con la noticia de una masacre y la violencia desatada por la delincuencia común y organizada era el lugar común de las portadas de los periódicos. Tal vez esto nos explique por qué Iván Duque sea un desastre como administrador, sea un desastre como presidente, pero un excelente animador que sigue a pie juntillas el libreto que le dieron. Es lo que hacen los actores.
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(*) Docente universitario.