En 2005, cuenta la historia, el director técnico de Atlético Nacional, Santiago Escobar, le dijo a Andrés Saldarriaga –portero titular e inobjetable de ese equipo– que era hora de un descanso y que le quería dar un partido de oportunidad a un “pelao” que venía entrenando en las divisiones inferiores. El joven guardameta tapó ese partido, tapó el siguiente y, durante tres años más, no soltó el puesto. El buen Andrés Saldarriaga le abrió la puerta a un grande que en ese momento tan solo tenía 17 años.
No voy a hablar de lo que es David Ospina debajo de los tres palos y de lo que ha logrado en su carrera en Nacional, Niza, Arsenal, Nápoles y la selección Colombia. Sus atajadas, su profesionalismo, su temple y sus números avalan su prestigio.
Ahora bien, en esta Copa América que se iba a realizar en Colombia y Argentina, y que terminó de carambola en Brasil, hay un antes y un después de lo que es este guardameta antioqueño. En lo que concierne al fútbol y a su labor como arquero, su nivel ha sido sublime. Es decir: ha sido el buen arquero que es amo y señor del puesto en la Selección desde hace más de 12 años. David Ospina ha sido un tipo que gana partidos, que salva partidos. Eso es ser un gran arquero alejado del grupo del montón que se limita a dar garantías. Ospina concreta ilusiones, las hace realidad con sus intervenciones.
Ante la ausencia de Falcao y la de James (con su respectiva pataleta y niñada), emergió y se consolidó una faceta enorme de David Ospina: la de gran capitán. Sí, en varias ocasiones había tenido esa responsabilidad con Colombia, pero esta vez la cinta la tiene en su brazo como la primera opción, como el líder de los líderes.
¿Qué se ha visto? Lo que es él. Lo que es el reflejo de la educación de su padre (q. e. p. d.) y de su madre. Lo que ha sido el forjarse en un hogar de disciplina, trabajo, valores y seriedad ante los compromisos. Lo que es la humildad ante el rival, ante sus compañeros, ante sus jefes, ante los hinchas y ante el que sea. David Ospina habla poco, pero dice y refleja mucho. No tiene necesidad de excederse en los verbos y los adjetivos. No tiene necesidad de maltratar o sobreactuarse en sus gestos para contagiar su liderazgo. Concluyo con facilidad que David Ospina es decencia, es ejemplo, es calma sin dejar de lado la intensidad de los objetivos y la exigencia de los mismos. Es un capitán que guía con sus acciones, con su mirada, con la sutileza de una acción, con el respeto que le muestran los rivales y el que él tiene por ellos.
En varios partidos se le vio abrazando a Messi, a Luis Suárez, al maestro Tabárez y también en pleno partido a un jugador argentino, a este y al otro. No importa. Especialmente el abrazo de Ospina a Messi fue el de la admiración del fútbol mismo. Con respeto y calidez le demostraba que ese instante que la vida le daba de abrazar a un genio, era genial.
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En redes y alguien por ahí me decía que por qué Ospina no hizo respetar a Colombia en la tanda de penales ante el trabajo de labia que hizo Martínez, el arquero argentino. Que era el colmo su tibieza (expresión infame que se volvió modita para acabar con cualquiera), que en lugar de eso le dio la mano y se dedicó a repartir abrazos. ¿En serio? Eso somos. Nos da rabia el abrazo. Nos da rabia la gallardía y la decencia. Estamos muy mal, amigos, cuando juzgamos con nuestra moral de estiércol a un tipo que apela a un abrazo en lugar de la bronca.
Celebro que este David Ospina sea el líder de este equipo. Celebro que sea un capitán humano, ejemplar y que lleve en esa faja el gesto de un abrazo, de la buena educación y el respeto. Ah, y que tape las toneladas de fútbol que tapa.
David Ospina está en el Olimpo del arco de Colombia al lado del ‘Caimán’ Sánchez, Pedro Zape, Miguel Calero, Faryd Mondragón, Óscar Córdoba y José René Higuita. Un abrazo para él. ¡Bienvenidos sus abrazos, capitán!