¡Boom! ¡Boom, boom! Se oía como música de fondo de un minuto de silencio que quería homenajear a las víctimas del covid-19 y que terminó desnudando una situación vergonzosa, en aras de cumplir con un partido de fútbol.
La transmisión de televisión mostraba también que una tenue nube se posaba sobre el gramado del renovado y mítico estadio Romelio Martínez de Barranquilla. Y ahí, parados sobre el césped, 25 humanos, 22 de ellos futbolistas y los otros 3 integrantes del grupo arbitral, trataban de soportar el efecto del gas lacrimógeno y trataban de luchar contra sus pensamientos y miedos para que, pasado ese eterno minuto de silencio, se dedicaran a jugar; sí, jugar, porque esto llamado fútbol es un deporte, un juego.
El asunto es que esos partidos entre Junior y River Plate, Atlético Nacional de Colombia y Nacional de Uruguay y el que se disputó entre América y Atlético Mineiro, no se debieron jugar. No en un país que no está para juegos y se debate entre la protesta, la represión, el derramamiento de sangre, la falta de justicia, el caos y la poca negociación.
También padecieron el efecto de los gases los integrantes de los cuerpos técnicos, en sí, todo el que estaba ahí para un partido de fútbol. Entre tanto, afuera del Romelio Martínez se vivía la realidad de lo que han sido los últimos 15 días en Colombia: una protesta que deriva en enfrentamiento con la fuerza pública, violencia y caos. Pero el show debía continuar…
Adentro se jugaba al fútbol. Sí, por mandato e imposición de la Conmebol y por el miedo a las sanciones que conllevan el no asistir a ese partido, el no jugar o retirarse. Es el Coliseo Romano, tal cual, pero con señal en vivo y en directo por televisión y con internet. Unos tipos tienen que cumplir con una labor deportiva, que dizque aún “divierte”, como parte de su trabajo, recibir un salario, pero, en sí, todo se hace para complacer el voraz apetito de negocio de los dueños del fútbol. Como senadores romanos; esa dirigencia no puede parar la cajita registradora, ese torniquete del negocio no puede dejar de girar, no importa al costo que sea, incluso sobre el valor de la integridad de los futbolistas, los cuerpos técnicos y las delegaciones de los equipos en competencia. Menos aún, obviamente, sin ningún halo de comprensión sobre las circunstancias que rodean el show: en este caso, la situación de orden público y social de Colombia.
Porque si hablamos de pandemia: ¡ay, mamita querida! ¿Pandemia? ¿Eso aún existe? ¿Eso ellos todavía lo consideran relevante? Si sacamos el tema del estallido social que se vive en Colombia, queda de nuevo a flote la crisis sanitaria que se está viviendo con el cuasi colapso del sistema de salud por cuenta del tercer pico del covid-19. Por ningún lado esto tiene razón de ser.
Pero nada de eso importa. El ser humano, su relevancia como factor de valía en el marco de su bienestar y protección, se va al traste. ¡Juegue, juegue, que necesitamos mover el negocio y tapar lo que se tenga que tapar! Porque la manguala funciona igual. Los de corbata de la Conmebol con sus intereses y el gobierno colombiano con los suyos y la firme intención de llevar a cabo la Copa América a como dé lugar, por encima de todo y de todos. Vergonzosos.
“El fútbol debería tener sensibilidad por el poder que tiene. Me parece irrespetuoso hablar de fútbol cuando están pasando hechos lamentables afuera de la cancha”, dijo el exfutbolista y hoy periodista Diego Latorre en la transmisión de ESPN. Sensato, humano y cumpliendo con su rol periodístico.
Lo que se vio en Barranquilla fue el minuto de silencio más diciente que haya podido arrojar el fútbol en estos tiempos. Ahí, en la cara de los que todo lo quieren tapar, quedó al desnudo lo que pasaba: fútbol, estruendos, violencia, pero: ¡juegue, juegue, que hay que mover la caja registradora! ¡Boom! ¡Boom, boom!
Por: Andrés ‘Pote’ Ríos / @poterios