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Deconstrucción en construcción

Algunos la identificarán como la casa de ‘los Reyes’. No porque haya pertenecido a monarcas o porque el apellido correspondiente fuese el de sus propietarios. Es porque sirvió de escenario a cierta telenovela así llamada. Se trata de un inmueble de corte palaciego, levantado siete décadas atrás sobre un paraje tradicional del vecindario de La Cabrera —calle 85 con carrera Séptima A— y denominado en principio Mansión Planas. Allí opera el Club Médico, sede de eventos sociales y locación apetecida por realizadores audiovisuales y publicistas cuando de simular residencias de millonarios se trata.

El barrio, erigido encima de las ruinas de domicilios fastuosos y elevado a espacio literario gracias a Los Elegidos, obra narrativa adaptada al cine escrita por Alfonso López Michelsen, es lo que nos queda de unos días menos hacinados. Las presiones típicamente bogotanas por la explotación comercial del suelo, sumadas a la codicia de un montón de depredadores disfrazados de constructores y a las veleidades demográficas, fueron propiciando la demolición de casi todas estas casonas de antaño para dar lugar a edificios en teoría lujosos aunque impersonales. Moles multifamiliares que deshonran un pasado suntuoso, entre cuyas pocas edificaciones sobrevivientes se halla esta. De ahí su relevancia.

Lo anterior para contarles que unos inversionistas adelantan gestiones, a juicio de muchos plagadas de ardides legales y urbanísticamente esperpénticos, encaminadas a instalarle al inmueble un hotel anexo (lo que en teoría garantizará su ‘sostenibilidad). La altura del ‘embutido aquel’ al parecer rozaría las tres decenas de pisos. La promesa: un mejoramiento, arropado bajo el rótulo de ‘el renacer de la Mansión Planas’, que, eso dicen, dotará al sector de un número importante de parqueaderos subterráneos, locales y restaurantes, para así remozarlo y ‘valorizarlo’.

Me cuento entre quienes desconfían de tanta lindeza. Los reparos: en primer término, la idea de trasladar la casa —al mejor estilo Cudecom—, una construcción que por su carácter patrimonial no debe ni puede ser demolida, y luego sembrarla de nuevo, metros más allá, para dar holgura a la instalación hotelera. Una operación riesgosa e inconveniente, si rememoramos las catástrofes protagonizadas por la ingeniería nacional en fechas recientes y el desgaste que la estructura carga consigo. Bien podría fracturarse; En segundo: la Mansión Planas fue concebida a medida, según los criterios del arquitecto. Semejante intervención constituye un desfiguramiento de lo que una vez fuera trazado con regusto por manos profesionales; En tercero: un proyecto de tal envergadura sin duda habrá de arrebatarle a la zona su vocación residencial. La sobresaturará, llevará las vías a un grado de atascamiento aún más insufrible que el actual y diezmará la luz y el sol de los que por derecho disfrutan propietarios y residentes de predios aledaños. Por demás, el diseño contempla encoger el verde que hoy la circunda, en desmedro de la ciudadanía entera.

Quieran los dioses del patrimonio —si existen— que las entidades a cargo de la salvaguardia de este tipo de bienes tengan el cerebro, la suspicacia y el corazón suficientes como para oír los clamores de quienes nos oponemos a este exabrupto arquitectónico cuyas repercusiones devalúan, le restan dignidad y afean aún más la ciudad. Pero además propician desarraigos, transforman los edificios en adefesios, atentan contra nuestros símbolos y privilegian los intereses financieros de particulares, a la vez que desfavorecen los colectivos. Hasta el otro martes.

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