Todavía extraño las mañanas en que mis padres se despedían de mí en la puerta de la casa: “¡Que tengas un lindo día hijo!”, acompañado de un beso en la mejilla. Peleaba con mi madre cuando los besos parecían fingidos y sólo pegaba su mejilla contra la mía. Para mí, los besos en general, los verdaderos, son aquellos que se dan poniendo los labios en cualquier parte del rostro y, por qué no, del cuerpo. Recuerdo que cada beso de mis padres me llenaba de poder, de protección y me recordaban que, sin importar ninguna de mis acostumbradas “embarradas”, ellos me amaban profundamente.
PUBLICIDAD
Luego de muchos años, cuando “salí del clóset”, los besos con mi pareja se volvieron un asunto necesario e importante, eran el mensaje claro que todo estaría bien durante la jornada. Esos besos se volvieron un asunto privado, pues éramos incapaces de demostrar el afecto en la calle; seguramente por el miedo que nos infundía la violencia hacia las parejas del mismo sexo o quizá también éramos blanco fácil de la discriminación. De cierta manera aceptábamos que para “los LGBT (como nos llaman)” estas manifestaciones solo eran posibles en nuestra casa, con nuestros amigos o en el “bar de ambiente” en donde no habría ningún problema: a un bar jamás van niños.
Ha pasado el tiempo, un divorcio, varias relaciones fallidas y con cuatro décadas encima mi reflexión sobre los besos es diferente: ¿Por qué tanto beso prohibido? ¿Por qué tanta afectividad restringida? ¿Por qué tanta violencia si estamos hablando de un beso? La verdad es que siento que perdí muchos años pensando igual que la cultura machista, naturalicé la violencia; siento que la posibilidad de demostrar mi amor hacia otro ser humano quedó cooptado por el miedo. Es hora de hacer la revolución a través del amor y el afecto.
Hace unos meses estuve en el besatón de un Centro Comercial en donde una pareja de chicos, al parecer, fue violentada por un energúmeno que optó por la violencia física y verbal como camino para resolver lo que, desde su subjetividad, fue inmoral y agresivo para niñas y niños; ¡en fin! Que de este tema que se ocupen las autoridades competentes… No obstante, lo que disuelve cualquier acto de violencia en contra del amor y de las personas que piensan, viven y expresan su afecto de diversas formas son los besos. Más de dos mil personas se encontraron en ese centro comercial a besuquearse, “chupar piña”, “piquear” y demostrar que la libertad y el amor no son sólo es un discurso en la Constitución; sino que con este acto transgresor, revolucionario y amoroso la vida en Colombia se está transformando.
En estos días del orgullo LGBTI, nada más pertinente que mencionar que el amor es un derecho humano, que las demostraciones afectivas no son un delito, que debemos ser conscientes -como sociedad que busca la paz- que es preferible enseñar sobre el amor y no sobre el odio, que los gais, las lesbianas, las personas bisexuales, hombres y mujeres, trans e intersexuales no somos un mal chiste.
Nada más valioso que un beso para reafirmar el amor, darle la espalda al odio y realmente construir paz.
Juan Carlos Prieto / @jackpriga