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Condenados a Transmilenio

Hubo una época de mi vida en la que usaba TransMilenio todos los días y lo disfrutaba. De ida y de vuelta al trabajo, sin falta, y en general para movilizarme. Siempre tenía una tarjeta recargada para evitar las filas. Había congestiones, porque Bogotá es una ciudad sobrepoblada, pero el sistema era agradable, incluso amigable. Pero esos días se fueron. Ahora trato de hacer todo a pie.

La percepción es que montar hoy en TransMilenio no tiene sentido, es la necesidad lo único que lleva a alguien a subirse a un bus de esos; eso, y querer mostrárselo a un turista, en horas valle y recorridos cortos preferiblemente. El sistema se envejeció, se saturó, no aguanta más así quieran ampliarlo y mejorarlo. Sería bello si más bien hiciera parte de un gran sistema de opciones para moverse, pero se ha convertido en el alma de la movilidad en la ciudad, y lo cierto es que no da para tanto; tenemos de protagonista de las calles de Bogotá a algo que apenas da para ser actor de reparto.

Si en vez de hacer todo a medias y mejoráramos las ciclorrutas y el Sitp, dejáramos a TransMilenio como un sistema de apoyo y a todo eso le sumáramos bicicletas, patinetas, vías peatonales y metro, por supuesto, vivir en Bogotá sería otra cosa. Pero todo bien hecho, con rigurosidad y cariño, no a lo colombiano: de afán, con torcidos y a los machetazos, que es como nos gustan las cosas.

Y no es quejarse de TransMilenio porque haya robos, colados y demoras, que eso lo tiene cualquier sistema de transporte masivo en el mundo, es más bien que se siente que nos quieren condenar a un sistema ineficiente y obsoleto de cualquier manera, como si alguien se estuviera beneficiando del asunto a punta de hacerle más miserable la vida a la gente. Porque no puede ser que el alma de una capital de país sea una fila interminable de buses que, además de contaminar, accidentarse y atropellar gente, tiene goteras, andan con puertas abiertas, bloquean las intersecciones, arman trancones y llegan y salen de unas estaciones largas y delgadas como un salchichón donde no cabe nadie.

Y mientras del metro no se sabe nada, llegan a la ciudad casi 1500 buses nuevos (unos a gas, otros a gasolina, nada eléctrico), lo que significa que vamos a tener TransMilenio para rato, negándonos así cualquier posibilidad de desarrollo. Igual no hay que meterle mucha fe, que con metro igual habría los mismos problemas, e incluso otros más complejos que hoy desconocemos, porque el lío no es el sistema de transporte que tengamos, sino los colombianos y nuestra inagotable capacidad para crear caos donde tendría que haber soluciones.

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