La imagen corresponde al encuentro de ida por semifinales de la Champions League. Liverpool ha dominado al Barcelona, pero a partir de los arrebatos individuales de Lionel Messi, los catalanes ganan con una holgura que ofende. El encuentro los favorece 3-0, más allá de que en el campo de juego la verdadera diferencia no existió y ahí está Messi, autor de dos goles, uno de tiro libre que conmueve hasta al más insensible, con ganas de seguir buscando ampliar una diferencia que ya, en este terreno, era gigantesca -querer hacer otro gol fue un poco como intuir lo que pasaría después-.
Y de nuevo el argentino emprende esa carrera rumbo hacia la portería de Allison con velocidad y con seguridad. Messi es marcado por tres futbolistas del Liverpool que no lo pueden atajar. Y cuando esa santísima trinidad parece tener cercado al argentino, Messi hace un pase de monstruo al centro del área hacia Dembelé. El francés no pudo quedar en una mejor posición para anotar: recibió un pase en su pie, sin imperfecciones y no había defensas que lo incomodaran. Messi se había encargado de arrastrarlos a todos.
Dembelé, entonces, está listo para gritar el 4-0. Disparó y fue una masita que encajonó Allison. Y esa es la imagen en la que me he querido detener hace rato: la transmisión internacional del partido no enfoca al francés, que hubiera sido lo normal, sino a Messi, el diseñador de toda esa colosal maniobra. Messi está en el suelo, rendido del cansancio por semejante corrida a los 90 minutos. Entierra su cabeza en el pasto como si de un avestruz se tratara, se ríe para no llorar, y se levanta poco a poco, aún absorto por la oportunidad dilapidada por su compañero. En su gesto se puede leer la frase “¿Con estos sujetos es que me toca jugar?”.
Últimamente se ve ese lugar más repetido y con menos atisbos de sonrisa. Es como si el resto del mundo fútbol le quedara pequeño a Messi. Y el argentino no posa de arrogante ni mucho menos. Trata de comprender lo que a su alrededor ocurre y de vez en cuando se quita el atuendo de extraterrestre para bajar a la tierra a ver qué es lo que pasa con la imperfección con la que lidian los demás.
Contra Colombia debió inmiscuirse de nuevo en ese plan que ya no es chistoso. Con Argentina le achacan haber perdido una final del mundo y dos finales de Copa América como si él fuera el único responsable. Ante el equipo de Queiroz intentó lo que usualmente practica en el Barcelona que es arrancar de derecha a centro y volcarse en diagonales que desequilibren la balanza, pero no pudo porque lo dejaron demasiado solo y porque sus socios fueron más terrestres que nunca. Lo Celso, el interior del Betis, jugó tan abierto por derecha -que no es su ubicación real- que Messi cambió de sector para dejarlo en libertad.
Colombia ganó muy bien y Messi salió a dar la cara, por enésima vez. Habló ante la prensa y prometió cambiar para el próximo encuentro, como si él de nuevo fuera el acusado. Aunque hace rato con su selección es el imputado de un crimen que no cometió y que está pagando por cuenta de sus demás compañeros.
Por: Nicolás Samper / @udsnoexisten