Estupidez, idiotez, falta de talento. La RAE describe así el cretinismo, esa doctrina que siguen a ojo cerrado los estúpidos y los necios. Esa es su razón de ser en la vida: destacarse por cuenta de su ineptitud y de su torpeza que, incluso, raya con la mala leche. Es que tan brutos son que esos actos no pueden ser interpretados como un simple error que cualquiera puede cometer. No. He ahí el embrollo. Un error involuntario… ¡Quién puede juzgarlo! Pero cuando el margen de error está cercano a cero, el cretino busca y taladra interiormente la forma de transformar una situación tranquila en un completo desastre. Ni un elefante en una cristalería es capaz de hacer tanto daño.
Faltaban 5,6 kilómetros para que terminara la vigésima etapa del Giro de Italia y Miguel Ángel López estaba peleando contra su propio infortunio a lo largo de la competencia haciendo una carrera excepcional, a puro ataque y a pura ilusión. Eran solamente 5,6 kilómetros para recorrer y el ritmo de carrera lo tenía con viento a favor. Pero una nueva conspiración del destino –porque si en un tribunal supremo tuviera que defenderse López, seguramente que el argumento de sufrir una extraña racha de mala suerte sería válido para el jurado– lo puso en medio del maldito torbellino de quien se apropia, por que se le dio la gana y pudiendo evitarlo de todas las formas posibles, de la suerte de los demás.
Se ve al sujeto vestido para la ocasión: está listo para hacer el ridículo. Va trotando al lado de Miguel Ángel López y con un empellón que no se registró en cámara, pero que quedó grabado en el alma del ciclista, lo manda al asfalto. El empujón hace que ambos se vayan al piso. Nunca el pobre ‘Supermán’ pensó que la kryptonita estuviera ataviada de blancas carnes y pinta de Godínez –el lelo alumno de la escuela en la que estudiaba el Chavo del Ocho que interpretaba Horacio Gómez–.
Gracias tendría que dar ese zoquete de que López no se quedó pensando en vengarse por echar al piso todo un año de preparación. Porque ante semejante episodio tan triste, cualquiera tomaría la opción de 1) Moler a golpes al extraño por cuenta de su irresponsabilidad. 2) No tener la fuerza anímica para levantarse de semejante cimbronazo, abandonar todo y llorar en el borde del camino como don Ramón cuando era ajusticiado hasta el hartazgo por doña Florinda.
López se enfureció y un par de sopapos cobró el oligofrénico que le quitó la ilusión, pero no era momento ni de pelear y tampoco de llorar. López admitió que perdió tiempo, pero no tanto a pesar del incidente. Pello Bilbao, de su mismo equipo, no se enteró de lo ocurrido con López y ganó la etapa.
Ver a López en el piso me hizo recordar a Vanderlei Cordeiro, aunque lo del brasileño fue peor. El maratonista llevaba gran ventaja sobre sus rivales en Atenas 2004 y a falta de seis kilómetros para acabar la prueba más exigente del atletismo, un tarado llamado Cornelius Horan, vestido de duende de pub, lo agarró y lo hizo perder el oro. Nunca hubo tanta tristeza deportiva en unos Juegos Olímpicos.