La portada de PUBLIMETRO de este viernes perfectamente puede ser asumida como una crítica al presidente Iván Duque, pero la verdad es que es una invitación a la autorreflexión de todos en Colombia sobre cómo estamos comportándonos con el tema de Venezuela y los venezolanos, y es la primera entrega de una serie de especiales sobre el impacto que está teniendo nuestra relación con los migrantes del país vecino.
Cada uno de nosotros vive la misma dicotomía. Por un lado somos unos altruistas consagrados: nos conmovemos cuando vemos a los migrantes venezolanos en las calles pidiendo comida, nos duele ver esas notas en los noticieros en las que los muestran caminando miles de kilómetros buscando una mejor calidad de vida, nos jode el alma encontrarnos cada tres esquinas a un talentoso músico venezolano tocando alguna de esas canciones que también son nuestras al ser países hermanos, nos sentimos orgullosos al ver sus manifestaciones públicas en contra del gobierno Maduro al grito de ‘¡Gracias, Colombia!’… ¡Pobre gente! ¿Cómo carajos los ayudamos?
El problema es que la respuesta real a ese instinto de ayuda parece condicionada por ese otro yo, ese tan colombiano en el que somos, de nuevo, esa cristianamente hipócrita sociedad que mira con asco a los pobres y busca un otro al cual echarle la culpa de los problemas locales. Y el otro, y pobre además, esta vez tiene acento venezolano: ¿Se disparó la inseguridad?, ¡deben ser los venezolanos! ¿Hay alguna epidemia?, ¡es que con todos esos venezolanos en las calles trayendo enfermedades! ¿No consigues trabajo?, ¡es que los venezolanos se están regalando por la mitad de tu sueldo!
A los venezolanos se les está echando la culpa de todo, y eso es peligrosísimo. En mis redes sociales critiqué abiertamente a Coldeportes, al Comité Olímpico Colombiano y a la Federación de Voleibol porque no hubo plata para enviar a la selección Colombia a jugar el repechaje frente a Chile por un cupo a los Juegos Panamericanos 2019 y al menos 20 comentarios fueron del tipo: ‘¡Pero para Venezuela sí hay plata!’.
Así estamos: con la doble moral alborotada y empoderada por unos medios que no saben cómo manejar el tema, porque oscilan en esos dos frentes. Los invito a ver el noticiero de su predilección en canal nacional o regional, o a revisar la página web de turno en la que consultan noticias y se van a encontrar solo de tres tipos sobre Venezuela: las melodramáticas, en las que los victimizan (‘¡pobres venezolanos!’); las de seguridad, en las que los señalan (‘¡malditos venezolanos!’); y las que muestran una crisis humanitaria y social que nos llena de preguntas (‘¿y ahora qué hacemos con los venezolanos?’).
Colombia es un país sin tradición de inmigración; nuestras colonias de extranjeros siempre han sido mínimas en comparación con otros países de la región, incluyendo la propia Venezuela, salvo por la sirio-libanesa en el norte del país y la española heredada de la colonia, ambas curiosamente potenciadas por su emprendimiento comercial. Eso podría explicar por qué la nación no ha sabido cómo afrontar la inmigración venezolana, ni logística, ni política, ni económica, ni –sobre todo– culturalmente.
La xenofobia –que en verdad es aporofobia, porque los venezolanos ricos que han venido no les molestan a nadie, a pesar de que son, en buena parte, responsables de la inflación inmobiliaria de Bogotá– está disparada y es caldo de cultivo de malas prácticas políticas en año de elecciones. Ya lo vimos el año pasado con las presidenciales y, tristemente, lo veremos en este con las locales. Las crisis del vecino y la nuestra son reales, cómo afrontarlo a diario es una decisión ética individual sobre la que lo invitamos a reflexionar.