Columnas

De venezolanos y ‘venecos’

Es una escena común, vamos a un bar o a algún restaurante, y vemos con fascinación una mesa de extranjeros, muchas veces acompañados por hombres y mujeres locales extasiados por su presencia y conversación.

Es común también en los sectores de Bogotá donde los extranjeros se concentran, como La Candelaria o la 93, encontrar hombres y mujeres tratando de ‘levantar’ con particular ahínco europeos, gringas, argentinos o brasileñas, por poner un ejemplo. Tan incrustada está esa fascinación en nuestra cultura parroquial que contamos con expresiones como ‘mejorar la raza’ y otras similares.

Es común también oír comentarios sobre ‘los venecos’ y más concretamente sobre ‘las venecas’ en tono altamente peyorativo; al mirar los resultados del estudio publicado en esta edición de PUBLIMETRO, vemos que hay una alta correlación entre la utilización de los mismos y la condición social de la persona a la que se refieren: mientras que como país usamos expresiones como ‘ciudadano’, ‘empresario’ o ‘estudiante’ acompañadas de ‘venezolano’, cuando hablamos de prostitución, de mendicidad o de pobreza, hablamos de ‘venecos’.

La forma como llamamos a las cosas, a las realidades y a las personas dice tanto o más de nosotros que de ellas mismas. De manera consciente o inconsciente decidimos qué nombre o adjetivo usar para definir la manera en la que algo existe en nuestro mundo, la forma en la que nos relacionamos con esa existencia y los sentimientos que nos transmite.

Los comentarios cargados de odio, que constantemente confundimos con xenofobia, no demeritan al otro por extranjero, lo hacen porque compite con nosotros por aquello que sentimos que nos pertenece, porque lo percibimos como una amenaza a nuestros derechos, a nuestras propiedades o a nuestro entorno; no es su cultura, su acento o la diferencia lo que nos irrita y nos genera odio, es su pobreza (tan similar a la nuestra).

Como humanos, construimos nuestra identidad y nuestra autoestima de manera relacional basándonos no solo en la imagen que individualmente proyectamos hacia los demás, sino en la forma como nos perciben los demás, la forma en que se relacionan con nosotros y los nombres y adjetivos que nos dan. Al nombrar al otro como ‘veneco’ construimos, o pretendemos construir una distancia imaginada, al mismo tiempo nos decimos a nosotros que somos distintos de él, y le decimos a él que no lo consideramos nuestro igual.

Es bien particular que nuestro lenguaje no cuente con fórmulas parecidas para extranjeros de otras procedencias. La filósofa Adela Cortina, de quien tomé prestado el epígrafe de esta columna, introdujo en 1995 la expresión ‘aporofobia’ para mostrar cómo lo que sentimos por el inmigrante pobre es diferente de lo que sentimos en general por el extranjero.

Parafraseando a Gabriel García Márquez, no es ya el mundo tan reciente como para que cuando mencionemos algo, tengamos aún que señalar con el dedo. Tenemos la capacidad de, mediante el lenguaje, crear una realidad distinta para las personas que, huyendo de la crisis de Venezuela, han llegado a nuestro país; y deberíamos asumir el compromiso moral de hacerlo.

Juan Camilo Dávila

Líder de la prácitca de asuntos públicos Burson Cohn & Wolfe

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