Querido varón lector, si usted alguna vez se ha preguntado qué tan masculino es o se ve, qué tan femenino es como hombre cuando se pone una camisa rosada o cuando se le escurren las lágrimas al finalizar alguna película, o si quizás su hombría está en riesgo por ser enfermero, estilista o simplemente dedicarse al hogar y al cuidado de los niños; si su cabeza no lo deja en paz sin saber qué le está pasando o cómo debe comportarse en esta sociedad, hoy es el día para que reflexionemos sobre aquellas cosas que no lo convierten en “maricón” (en el caso de los heterosexuales) o en una “pajarita” (en el caso de ser homosexual).
En nuestra sociedad ser hombre significa ser violento y tener el poder de discriminar. Todavía es raro en estas épocas que a un hombre se le ocurra decirle a otro que bien se ve con alguna prenda o algún peinado sin que esto interprete como insinuación; jamás van al baño juntos, un hombre considerado macho es medido por la cantidad de personas con las que se acuesta o con el hecho de perder la virginidad antes de los 18 años. En este caso no se duda de su gran capacidad sexual así la afectiva sea un verdadero desastre.
Es increíble, pero a los hombres nos definen los colores, las maneras, los ademanes y hasta la forma de pensar y caminar. Eso sin hablar de su apariencia física, de los deportes que practicas, del dinero que ganas, de la barba o de los pelos que tengas en tu pecho o tus piernas e inclusive el tamaño de tu pene. Tanto requisito, tanta atadura, tanta dictadura del querer ser o parecer y encajar fácilmente, lleva sin duda a pensar en que estamos en un estado de fragilidad emocional y física que al menor descuido termina destruyendo nuestras vidas y las de las personas que más queremos.
Y es que es tan quebradiza la masculinidad, que muchas personas consideran que no se puede ser hombre y homosexual, que inclusive entre los mismos hombres gay despreciamos a quienes tienden a ser más afeminados que otros, a quienes no se visten de alguna u otra manera, quienes no frecuentan determinadas rumbas o quien no encaja en el canon de belleza occidental. Inclusive hemos sido testigos de cómo feminizar a estos hombres hace parte del chiste común de algunos círculos sociales. Es tan débil la masculinidad, que muchos hombres quieren a toda costa demostrar lo machos que son adulando de su harem, violentando a las mujeres o creyendo en su falsa superioridad.
Entonces demostrar afecto, emociones, aceptar la diferencia, guiarse por el respeto a la otredad dista bastante de lo que nos han enseñado de tener “las güevas bien puestas” y acá es importante mencionar que en este aprendizaje es producto del machismo, que puede habitar en cuerpos masculinos y también femeninos.
En síntesis, es todo un sistema que ha sido diseñado y que ha oprimido las nuevas formas de ser hombre en el mundo; un sistema que hace de la masculinidad un constructo social vulnerable, débil, frágil. Es por ello que discursos como la ideología de género, el hecho de nacer hombre y nuestra relación con las mujeres, el llanto, el rosado, la homosexualidad llena de complejos y ataduras a la sociedad, nos confronta y nos afecta. Por tanto, seremos nosotros los encargados de darle un nuevo aire a la masculinidad, de aceptar y conocer nuevas formas de ser hombre: hombres que se expresan libremente, que se enamoran, que lloran cuando terminan una relación sentimental, que van al gimnasio por salud y por verse bien en el espejo, que no lo hacen porque no sienten que sea lo suyo; que aman a otros hombres sin miedo a ser discriminados, que ganan menos que sus esposas, que deciden quedarse en casa al cuidado del hogar, que se ponen faldas o que se maquillan los ojos sin ser “rock star”, gay o transgénero; que no toma cerveza, que el futbol no es su deporte favorito o que simplemente decide pasar inadvertido en una fiesta.
Al final hablaremos de no una sino de muchas masculinidades como hombres existimos en el mundo.
Juan Carlos Prieto / Director Política Pública LGBTI de Bogotá / @jackpriga