La dosis de indignación, que se nos volvió adicción a través del medio que sea, rebosó los límites. Es más, creo que esos límites se fueron al carajo hace rato. Esta Colombia, a la que no sé quiénes que no nos conocen o han pisado esta tierra nos tildan del “país más feliz del orbe”, es título mundial peso pesado en división, polarización y autodestrucción. Nada nos une, ni siquiera nuestras miserias. Estar agarrados entre nosotros es un ADN triste que, sin darnos cuenta, es un palo en la rueda de nuestro progreso.
Una guerrilla que hasta hace poco lucía moribunda, que fue fundada y liderada por un cura español medio loco de apellido Pérez, que ya se murió y dudo que esté al lado de Dios en este momento, pone un carro bomba y mata a 21 personas.
Un listado de asesinatos de líderes sociales que a esta fecha, con pocos días de este nuevo año, seguía creciendo. Un desmadre en el tema de la seguridad en las ciudades en donde, por ejemplo, en Medellín, hay una “guerra urbana” que supera el récord de muertos del mismo periodo del año anterior.
Sí, este país se ha forjado al son de la violencia en casi todas las etapas de su historia y tristemente nos hemos criado con ella, generándola, siendo víctimas, oyéndola, leyéndola y al final el resultado es igual: padeciéndola.
Y al son de lo anterior convocamos marchas, por lo que sea ya se marcha. Y sí, es válido, siempre será legítima la voz de la protesta, del reclamo, del inconformismo y de la opinión distinta, del no dejarse oprimir, del pedir que cese cualquier injusticia. Pero esa misma acción pierde todo sentido y validez cuando deja de ser dialógica, sensata, cuerda y se instala en la orilla de la violencia, la humillación, la censura y la cohibición. Venga de donde venga, del que marcha, como del que debe garantizar que todo se dé en paz, orden y tranquilidad. Repito, venga de donde venga, del que desea protestar o de la institucionalidad.
La última marcha fue algo vergonzoso. Lo es desde todos los frentes por que hoy y desde hace rato acá todo da vergüenza. Dan pena los de derecha, los de izquierda, dan pena los uribistas, los santistas, los petristas, los duquistas, los ‘me sabe a mierdistas’, todos dan asco y pena. Porque esa ralea, que es eso y nada más, se comporta ante sus opuestos con la misma actitud que esos mismos opuestos le critican. Los que odian a Uribe se juntan y se portan como uribistas, los que odian a los mamertos lo hacen igual. Es decir, a la hora de odiar al otro se portan todos igualitos, la idiotez los une para desunir.
La palabra tolerancia no existe. El argumento, el saber hablar y oír, el respeto, nada de eso hay, no hay nada. Solo vociferan, agreden, se dicen nazis, mamertos, guerrillos, fachos, de todo, de lado a lado. Se ofrecen plomo, ofrecen bala, tiran bombas molotov, le dicen al otro que lo van a “pelar”. Burrada va, burrada viene. Y muchos de estos “asnos”, miles y millones ya, son “gente divinamente” y si no lo son, quedan todos en el grupo de la “gente horriblemente”.
Y al son de todo esto no entendemos que cada vez nos quedamos más en el atraso como nación, como sociedad, como humanidad colombiana nos ahogamos en esta arena movediza del subdesarrollo, el hambre y el no progreso. Nada nos une, nada, salvo la idiotez.
Por Andrés ‘Pote’ Ríos