Lo mejor que podría pasarle al fútbol es que Uruguay gane este Mundial. Olvídese de la nacionalidad que tenga. Si gana su país, solo gana él, si gana Uruguay, ganamos todos. Tantos años admirando el fútbol argentino y no nos dábamos cuenta de que estábamos olvidando de ese país de menos de cuatro millones de habitantes al otro lado del Río de la Plata.
El bicampeón olímpico, el primer campeón mundial, el del Maracanazo. Hizo tantas cosas para que el fútbol llegara a ser lo que es hoy, que lo mínimo que puede hacer el fútbol por él es devolverle algo, y nada mejor que una Copa del Mundo 68 años después. Idos Alemania, España y Argentina, el camino luce más despejado. Quedan Francia y, de pasar, posiblemente Brasil. Nadie dijo que fuera fácil, pero este equipo parece capaz de todo, pese a sus limitaciones.
Porque Uruguay sigue siendo la garra charrúa. No hizo la de España, que pasó de la furia al tiki-taka con buenos resultados al comienzo y fracasos después; por convicción o porque no tiene cómo jugar a otra cosa. El arma de Uruguay es meter el alma en todos los partidos como si lo que estuviera en juego no fueran tres puntos, sino la soberanía nacional. Y no es que tenga mucho. A ver, no es un equipo con cojos y lleva yendo a tres mundiales consecutivos y a una semifinal, pero talento no es que le sobre. Tiene un buen arquero, dos centrales de primer nivel (antes Godín y Lugano, ahora Giménez), y dos bestias como Cavani y Suárez arriba. En el medio, que es donde se suelen ganar los partidos, no es que pueda presumir de abundancia. El otro día contra Portugal en octavos de final tuvo que echar mano de Carlos Sánchez y ‘Cebolla’ Rodríguez, que siguen ahí porque no ha surgido mucho más. Hace poco alguien hizo un chiste que tiene mucho de verdad: el ‘Cebolla’ se pierde y reaparece cada cuatro años solo para jugar un Mundial. Nadie sabe ni en qué equipo está. Y es cierto, en quince años de carrera ha pasado por ocho clubes.
Está Lucas Torreira como la gran apuesta. Veintidós años y menos de metro setenta, acaba de pasar de la Sampdoria al Arsenal de Emery. Contra los lusos hizo de armador y recuperador y terminó lesionado. Pinta para crack, pero aun está joven y le falta alguna gesta consagratoria que lo confirme como figura. ¿Conductor de Uruguay campeón del mundo? Al menos hoy no se le ve la pinta.
Es arriba donde hay que temerle a Uruguay. Suárez y Cavani, contemporáneos, coterráneos; se las arreglan como pueden para juntarse y destrozar al contrario. El del PSG marcó dos contra Portugal y seguramente no estará contra Francia, mientras que el del Barcelona es caso aparte. El mejor nueve del mundo para mi gusto, y no de ahora, desde tiempos del Liverpool. Los suyos lo adoran, mientras que los rivales lo odian porque no solo es un atacante letal, es un asesino. Pasa que en el fútbol los delanteros suelen ser la víctima. Marcarán goles, pero tiene que aguantarse a cambio que los defensas los muelan a golpes. Suárez no cabe en ese papel porque no solo te golea, sino que te golpea de vuelta, o antes incluso, por si acaso. Es fuerte, odioso, canchero, mañoso, incansable, efectivo y finge en exceso; en resumen, la pesadilla de todo defensor. En octavos en Sochi no marcó, pero le puso el primero a Cavani y dejó solo al ‘Cebolla’ para que hiciera el tercero. Y en ese juego se vio más claro que nunca: el duelo de Cristiano no es contra Messi, es contra Suárez. El argentino es incomparable, mientras que el Ronaldo de ahora y el Suárez de siempre son muy parecidos en actitud y juego. Si me dan a escoger, y siendo el portugués más goleador, me quedo con Suárez porque también se llena de goles, pero además es generador de juego. Dámelo siempre para mi equipo.
Capítulo aparte para Tabárez, el entrenador incombustible. Cuarto Mundial con Uruguay, tercero consecutivo, es el responsable de este renacer. Convencido de que el secreto está en los procesos, de los 23 que trajo a Rusia, 21 estuvieron en selecciones juveniles. Y no solo eso: en los doce años que lleva al frente de la selección en esta segunda etapa, Argentina ha tenido ocho entrenadores. Proceso, trabajo y talento, pese a las limitaciones, Uruguay y su eterna vocación de ser el underdog, como le llaman los gringos al equipo con el que nadie cuenta a la hora de las definiciones. Lo veo y pienso en la Italia del 82 y del 2006. Ambas con oficio, con dudas, hasta con líos en el fútbol local, pero llenas de ganas, fieles a una idea y poniendo al equipo por encima de todo.
Se viene Francia, y si todo sale según la lógica y los deseos que aquí expongo, Brasil en semifinales. Este equipo tiene menos talento que el semifinalista de 2010, pero lo veo más sólido, más maduro, más efectivo, con más fuerza. Sus jugadores ya no solo creen en el milagro, lo están viviendo. Es la hora.