Firepower es el nuevo álbum de Judas Priest. La mítica banda británica de heavy metal fundada en 1969 en Birmingham, Inglaterra, de nuevo nos hace sentir plena la vida a punta de su gran poder. Y volvieron, así nunca se hayan ido, y es claro que hay que ponderar esta loable apuesta cuando tres de sus máximos referentes: el enorme vocalista Rob Halford, el genio de la guitarra Glenn Tipton y el mago del bajo Ian Hill rondan ya los setenta años. Y lo mismo ocurre con Iron Maiden, Def Leppard y un par de bandas míticas más. El asunto es que se nos envejeció el rock, el heavy, y no hay un recambio poderoso.
Black Sabbath ya colgó sus riffs en el armario del recuerdo que indica que con ellos empezó todo. Led Zeppelin, reacios siempre a reencuentros, han anunciado una posible gira para celebrar 50 años de vida. Roger Waters aún trota por el mundo con su magia. Def Leppard se juntó con Journey y harán una gira americana. Boston acaba de terminar un tour. ZZ Top de vez en cuando bate sus barbas. Testament, Helloween y Accept siguen en su intención de ofrecer sus talentos. Anthrax dijo adiós, pero lo está evaluando. Y hablar de Metallica y Rolling Stones es decir que siguen igual de poderosos.
Muchos otros gigantes se han ido de este planeta. La vejez misma, sus excesos, el destino, lo que sea, se los llevó. Y es así como poco a poco nos vamos quedando huérfanos quienes desde que éramos niños nos dejamos seducir por esta música que ha trascendido el tiempo y otro tipo de cultura o frontera. Ser rockero es algo único y va de la mano de la genialidad. No sobra recordar que los primeros rockeros de la humanidad fueron personajes como Bach, Mozart y Beethoven, entre otros. Genios que rompieron paradigmas, innovaron con irreverencia y lo conquistaron todo por toda la eternidad. Y eso es y será siempre el rock: algo eterno.
Pero quienes hemos ido a los diferentes conciertos vemos que la audiencia está más curtida de canas que de juventud. Oye uno hablar a los jóvenes, los ve en su comunicación corporal y oral que forma su burbuja cultural y la pelea la perdemos los rockeros por goleada. Los géneros urbanos se están llevando ese bien preciado. El reguetón está ahí con sus tentáculos y mediocridades y el pelao hoy en día ve al rock como algo en desuso y aburrido.
Obvio que se ven jóvenes rockeros que por lo regular heredaron esos genes de sus padres, pero, tristemente, son minoría. Y lo anterior se refleja en cada vez menos sitios para escuchar rock. En lugares que promuevan esta cultura con calidad, buen servicio y comodidad. Antes, en mi época, era demasiado bueno y común ir a una rumba y que sonara Poison o Bon Jovi, hoy es una rareza para alguien menor de 30 años.
De igual manera, lo nuevo del rock y del heavy no indica enormes bandas, de esas inolvidables, de esas eternas que llenen el panorama. Para mí, el último legado de una gran banda rockera es Foo Fighters y el gran Dave Grohl. Y sé que hay buenas agrupaciones, pero ninguna del tamaño de las que he mencionado en esta columna, ninguna que marque una era.
Y ahí siguen nuestros dinosaurios dando conciertos y, como lo han hecho toda su existencia, dando su vida por los acordes rockeros. Creo que el rock se está quedando huérfano, el talento es algo escaso y hoy nuestros oídos lo sufren.