Desde hace un par de años ha venido ocurriendo un fenómeno financiero particular en Colombia: el auge de las inversiones en criptomonedas. Este novedoso instrumento (si bien, medio de cambio) se originó a finales de la década pasada, quizá en respuesta a la necesidad de eficiencia y anonimidad en las transacciones que se hacen por Internet. En esencia, las criptomonedas – en especial, el BitCoin – son certificados transaccionales codificados, generados de manera descentralizada, conservados en servidores a lo largo de todo el planeta y que terminaron sirviendo como medio de cambio para muchos miembros de la comunidad cibernética. Al principio, su uso era reservado y, desafortunadamente, resultó muy útil para comerciar con mercancía ilegal (armas, drogas y pornografía infantil) sin dejar el menor rastro.
A comienzos de la presente década, el uso de BitCoins y demás se popularizó, sobretodo en países como EE.UU, China y Corea del Sur, hoy los principales originadores del mercado global de criptomonedas. Respecto al BitCoin (la criptomoneda más popular), a partir del segundo lustro su valor fluctuaba entre los US$500 y US$1.000 dólares, asunto que se mantuvo hasta enero de 2017, cuando por primera vez, se trepó por encima del tope llegando a cotizarse en US$1.100. Después de eso y la popularidad mundial de las afamadas Blockchains, empezó la burbuja especulativa, llevando a que su precio creciera de manera descomunal, llegando incluso a tocar el techo de los US$20.000 a mediados del mes de diciembre. Afortunadamente, tras el ataque cibernético a una Blockchain en Corea del Sur y los posteriores consecuencias en materia de regulación e intervención que esto originó, el precio del BitCoin y demás criptomonedas cayó estrepitosamente, registrándose un bajonazo de más del 50% en tan sólo unas cuantas semanas. Sin duda, se evidenció con esto una de las principales características de una burbuja especulativa propiamente dicha en ese mercado.
Sin embargo, esta no fue la primer burbuja registrada para dicha criptomoneda; la naturaleza especulativa del BitCoin ya venía siendo estudiada desde 2012, cuando en sus primeros años logró incrementos de más de 60 veces su precio original y desplomándose, posteriormente, a menos de su cuarta parte en unos cuantos meses. De hecho, técnicos en finanzas como Jose Pagliery ya le habían hecho seguimiento, dejando como producto trabajos muy documentados sobre los alcances y peligros de estos mercados.
Colombia, claramente, no iba a ser la excepción para el comercio de criptomonedas. En al actualidad, pulula cuanto inversionista y mesa de dinero, algunos con el fin es captar recursos del público para invertir en BitCoins (u otros medios), esperando jugosos dividendos y/o bajo la apuesta irresponsable que su valor crecerá eternamente, per seacula saeculorum. De esto surgen dos grandes problemáticas: por un lado, se encuentra el problema de la captación ilegal de dinero, cuyo tipo penal «captación masiva y habitual» se encuentra en nuestro marco jurídico y acarrea entre 4 y 8 años de cárcel; por otro lado, está ese tufillo tipo «enfermedad holandesa», fenómeno en el cual se irrigan recursos de sectores productivos para alimentar esta burbuja especulativa y, así mismo, llevando a una contracción en el mediano plazo de la economía real (como ocurrió en el suroccidente colombiano en 2007 y 2008, cuando la gente vendía sus negocios para invertir en DMG o DRFE). Es decir, la inversión incentivada por una apuesta irresponsable ya ha ocurrido antes en Colombia y cuando empezó a originarse, las autoridades correspondientes ignoraron los signos de alerta, llevando así a un descalabro financiero sin precedentes en la historia económica nacional.
Por tanto, mi gran pregunta es, ¿qué está haciendo la Superintendencia Financiera para regular el mercado de criptomonedas y, eventualmente, para poner en cintura a los captadores ilegales? ¿es necesario repetir un noviembre de 2008 para que se utilicen los respectivos instrumentos de intervención? ¿para qué sirvió aumentar las penas de la captación ilegal si, probablemente, esto se está haciendo a sus anchas con esta nueva burbuja?
Es claro que a pesar de que la burbuja se desinfló en el último mes, todavía existe el ímpetu por parte de muchos en seguir invirtiendo (eventualmente, seguir captando dinero), sin el más mínimo atisbo de consciencia del riesgo moral en el que se está incurriendo. Es necesario que surja en estos momentos algo de institucionalidad, no sólo para cuidar los ahorradores de estos «pícaros avivados» del riesgo, sino para mantener estable nuestra economía frente a un eventual descalabro financiero internacional por cuenta de las criptomonedas.