Cuántos errores nos ahorraría saber que el mundo no es como lo explican los refranes. Que no todo el que persevera alcanza. Que de política y religión se puede y se debe hablar. Que a los que nada debemos también nos asiste el derecho a temer. Que casi todos los soldados muertos en guerra estaban advertidos y que no todo en exceso es malo.
Qué saludable sería asimilar que lamentablemente suelen caer primero los cojos que los buenos mentirosos. Que en entornos como el presente, tan plagado de tribulaciones, soñar sí cuesta mucho. Que en términos prácticos es mejor un bueno por conocer que un malo conocido. Que –bien lo sabemos ‘los freelanceros’– hay plazos que nunca se cumplen y deudas que no se pagan. Que en estos tiempos de escaseces hídricas, aquellas aguas que no habremos de beber es mejor recogerlas y no desperdiciarlas.
Cuán oportuno sería enterarnos con la antelación debida de que, lo dijo Manu Chao, no todo lo que es oro brilla. De que los niños, los borrachos, los espejos, los locos y las cámaras pueden mentir. De que ciertos perros que ladran en efecto muerden y de que determinados loros viejos pueden todavía aprender a hablar. De que, los empáticos damos fe, hay puñaladas en barrigas ajenas que duelen. De que –aunque suene odioso– la mayoría de los males viene por mal y no por bien. De que ciertos ríos suenan sin llevar consigo piedras.
¿Han pensado en lo saludable que sería entender que, por más que rece, el pecador consumado no empatará? Que a veces es mejor nunca que tarde. Que no todo soltero maduro es –perdóneseme la ordinariez y la horrenda homofobia implícita en el dicho popular– ‘cacorro seguro’. Que el ratón y el queso no son amigos. Que, por fortuna, no todos los redentores salen crucificados. Que ciertos buenos entendedores precisamos de abundantes palabras. Que para quienes somos verbales una sola de estas últimas vale más que mil imágenes. Que unos cuantos diablos saben más por diablos que por viejos. Que algunos males de muchos consuelan, incluso, a los más inteligentes.
Bueno sería que la comunidad docente comprendiera que la letra con sangre, no entra. Que hay quienes han llegado a viejos sin oír consejos. Que en ocasiones resulta sensato y hasta sabio dejar para mañana aquello que podríamos haber hecho hoy. Que –pregúntenle a un carpintero– no siempre un clavo saca a otro. Que no todo el que espera está condenado a desesperarse. Que los multitasking logran repicar e ir con la procesión. Que, triste decirlo, el que la hace no necesariamente la paga.
¡Piénsenlo! Existen monas que vestidas de seda se tornan guapas, cuervos que no sacan ojos a sus criadores, golondrinas que solas hacen verano y seres incorruptibles que, aunque con lobos anden, seguirán sin aullar. También ratones responsables, que ante la ausencia del gato se abstienen de organizar fiestas. Así las cosas, por ahora les digo adiós, no sin antes señalar que, como en el caso presente, hay palabras necias que ameritan oídos atentos y que la única verdad absoluta es que no hay verdades absolutas, lo que en la práctica nos deja igual que al comienzo. Ahora sí… hasta pronto… pues aunque me despida con frecuencia, en este momento tengo muchas ganas de irme. ¡Hasta el otro martes!