El 13 de septiembre, en un programa radial, una mujer que dice tener ‘el don de la comunicación telepática con los animales’, Xiomara Rodríguez, hizo una afirmación digna de la galería de exabruptos y ligerezas que acarrean consecuencias para otros. De manera irresponsable y sin ningún fundamento, fue diciendo que “el 80% de los animales de la calle no son rehabilitables”. Incluso, opinó que “eso es exactamente igual que en el humano”. Como quien dice que a las personas y a los animales que viven en las calles es mejor dejarlos allá, jodidos, porque para ellos la vida ha aniquilado cualquier oportunidad y esperanza. En otros términos, para qué gastar recursos en políticas humanitarias y animalistas o invertir esfuerzos en acciones justas y solidarias si semejante porcentaje de los ‘sin techo’, humanos y no humanos, están echados a perder. En una palabra, son ‘desechables’.
PUBLICIDAD
¿Qué le dirían a Xiomara los perros y gatos que integran ese 80% ‘inservible’? Tal vez con ellos no se comunica porque sus posibilidades telepáticas son altamente selectivas. Además, la falta de empatía suele bloquear cualquier posibilidad de comunicación y entendimiento. Sin ella es difícil, por no decir imposible, conectar con el sufrimiento y las necesidades de los demás.
En lo que a mi respecta, prefiero la comunicación simple que posibilita la compasión, a la de las oraciones complejas (con sujeto, verbo y predicado) que telepáticamente puedan construir las ‘mascotas con dueño’. Más bien, le creo a las miradas, vocalizaciones, expresiones faciales y actitudes corporales de los animales que me indican que allí hay seres que sienten. Con los humanos, en cambio, prefiero conversar. Le sorprendería a la ‘animal comunicator’ que muchas de las personas que han llegado a las calles anhelan, vivamente, una segunda oportunidad.
Es asombrosa la facilidad con la que algunas personas van condenando a otros seres a vidas miserables, o peor aún, descartándolos, por simples pareceres. También es peligrosa cuando se hace uso del reconocimiento –favorecido por la trivialidad de algunos medios de comunicación– para pontificar sin detenerse a pensar, ni por un instante, en el daño que pueden causar. Por ejemplo, sembrar en personas incautas la duda de si adoptar un animal rescatado o comprar uno producido por la industria ‘mascotera’. O condenar a cientos de perros y gatos a vivir en albergues y a otros tantos a permanecer en las calles por falta de lugar.
Sin embargo, creo en la bondad y en el buen criterio de la mayoría de seres humanos. No solo para saber que los animales rescatados suelen ser compañeros extraordinarios, amorosos, saludables, leales y divertidos, sino para rechazar afirmaciones necias y odiosas en tiempos de ‘gurús’ y de ‘paparruchas’, como se le dice en castellano a la ‘tontería, estupidez, cosa insustancial y desatinada’.
Una paparrucha es decir que los animales ‘de la calle’, como si a ella pertenecieran, no pueden ser ‘rehabilitados’. ¿Acaso de qué hay que rehabilitarlos? ¿Cuál es el ‘estado anterior’ al que habría que retornar a un perro o a un gato que ha sido víctima de maltrato y abandono? ¿No será más bien habilitarnos a nosotros mismos para protegerlos y respetarlos como nos corresponde en calidad de seres humanos y sujetos morales?
Kora, Tila, Samú, Tomo, Vego y James son mi familia: cuatro gatos y dos perros. A todos los adopté. Todos son ‘de la calle’. No hacen parte de ningún 80% ‘desahuciado’. Y no hay un solo día en el que no sienta su ternura y gratitud. Por eso, yo soy ese porcentaje. Que nadie quiera negarnos la posibilidad de la vida digna y el amor.
Por: Andrea Padilla Villarraga / @andreanimalidad
Candidata PhD Derecho Universidad de los Andes. Vocera en Colombia AnimaNaturalis Internacional