Naomi Campbell o Kate Moss jamás tuvieron que verse sometidas a las vejaciones que tienen que padecer las concursantes de “Colombia’s Next Top Model”. Porque a diferencia del programa de la versión gringa, que lleva más de ocho versiones y al que se le puede aprender mucho en cuanto a moda , a este ya no había nada que sacarle o si quiera, enfocarlo para que el televidente sintiera que la moda colombiana no era estúpida y llena de elitistas que quieren ver a jovencitas no convertirse en potenciales “tops” sino en concursantes/sobrevivientes de una versión más grotesca de “El juego de la oca”.
¿Qué sentido tiene entonces repetir un programa con un giro tan poco constructivo tan solo para darle el “placer” a algunos pocos de ver sufrir a mujeres lindas y entaconadas menores de 25? ¿Qué sentido tiene poner en riesgo a una concursante cuando eso jamás lo tendrá que hacer en la vida real (porque una agencia responsable no haría eso jamás)? Nada. Pero no hay nada más que ver y por lo menos en Twitter, se hizo eco de las críticas hacia un programa que solo muestra que una industria tan respetable dentro del país puede llegar a ser frívola e idiota. Adiós, trabajo de años. Y adiós, dignidad, de paso.
Pero eso no importa si se trata de copiar “lo que funciona”, para Caracol. O lo “que ha funcionado”, en la televisión colombiana, que mata de aburrimiento hasta al menos observador. Por ejemplo, las novelas de costeños. Aparte de las grandes producciones de los 90 que recreaban el realismo mágico garciamarquiano y el ambiente evocador de la Región Caribe, la última producción sobresaliente -y diríase que excelente- fue “La costeña y el Cachaco”, en 2003. No podíamos pedir que sus personajes fueran como los de alguna buena serie de Netflix, pero por lo menos eran creíbles y lejanos del estereotipo. Eran humanos y con matices. Sobre todo el de Jorge Enrique Abello, “El Cachaco”, un hombre infeliz no por ser bogotano, sino por su familia rígida y sin afecto.
Y también destacaba, por la parte costeña, el personaje que interpretó Luis Eduardo Arango, quien era el asistente homosexual del cachaco. (el tema se manejó de manera muy elegante en la novela). Este, en un capítulo rebate con ingenio y elegancia todos los chistes racistas y regionalistas hacia su región de procedencia. ¿Hay algo de eso en “Polvo Carnavalero”? La respuesta es más que obvia. Esos grandes diálogos de Mónica Agudelo no han podido ser superados por ninguna de las bullosas -y espantosas- producciones a las que se suma otra con los mismos imaginarios de costeños vulgares, ruidosos y cachacos tan impolutos como los Windsor. ¿Y hay algo más que se pueda sacar? Nada. Porque no hay nada más que ver.
Quizás el rating sea tan benévolo con las dos producciones como la antecesora del reality de las modelos maltratadas o con telenovelas tan espantosas como “Chepe Fortuna”. Pero sin duda alguna, las quejas – y sobre todo el tedio- seguirán reinando en un canal que no innova en absolutamente nada.
COLUMNA DE OPINIÓN DE JUANITA RIVEROS.
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