Desde la punta del cerro Mavecure, con la vista fija en las otras dos piedras que se alzan en el imponente llano verde, Mono y Pajarito, se ven las ventanas por las que se asoma vigilante la que fue considerada en su momento la mujer mas hermosa de ese lugar: la princesa Inírida. O por lo menos eso es lo que cuentan los indígenas. Aunque esta es la conquista final de un viaje que invita a desconectarse y disfrutar de un destino oculto, pero que podría considerarse un paraíso en la Tierra: Guainía.
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Tierra de la princesa Inírida
Guainía es tierra de aguas. Los ríos rodean a este departamento que por años vivió con el estigma del conflicto armado, pero del que sus habitantes no tienen nada que decir porque, increíblemente, no lo sintieron. Muy distinto a la evangelización de los indígenas que se dio hace unos 50 años con Sofía Müller y de la que se escuchan cientos de relatos por las calles del pueblo sin temor al qué dirán.
Allá los niños no se mueren de hambre, la tierra les proporciona lo necesario. El pescado ‘muquiado’, hecho en leña y una de las comidas típicas de la zona, la yuca brava y los frutos de la selva completan una dieta que hace que los indígenas sean más fuertes que los blancos.
Los ríos que bordean el departamento se convierten en las grandes vías y las ‘voladoras’, como llaman a las lanchas, en el medio de transporte. Eso sí, la distancia de esos sitios hasta Inírida, la capital, es grande. Así que la primera recomendación es preparar el cuerpo y aguantar.
“Este es un buen vividero y nos salva que no hay vías, que solo llega un vuelo diario y que tenemos agua dulce por todo lado. Guainía perfectamente podría ser una isla. Somos únicos porque aquí se encuentra el fin del Orinoco y la entrada a la Amazonía”, comenta Camilo Puentes, un bogotano que decidió irse a vivir a Inírida hace más de 30 años. Él trabaja como guía y jamás ha pensado regresar a la ciudad.
Estrella Fluvial de Inírida
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Alexander von Humboldt, en su época, se dio cuenta de la riqueza natural que guarda el Guainía. Estudió cada flor y planta de esa selva y recorrió sus ríos hasta contar las maravillas que se escondían. Humboldt, así como los turistas de hoy, apreciaron el cambio de color en los ríos, pues mientras el Inírida es negro y se muestra como el gran dueño, el Guaviare muestra su personalidad con el color de la tierra y los sedimentos que arrastra hasta encontrarse con el Atabapo, considerado uno de los más lindos de Colombia, un espejo de agua con un contraste entre el amarillo y rojo. Todos desembocan en el Orinoco, el tercer río más caudaloso del mundo, que guarda minerales como oro y coltán.
Por el Atabapo se encuentra la piedra de Maviso, que por una década fue refugio de militares. La formación está al frente de San Fernando de Atabapo, Venezuela, y su playa revela el color del río que se lo dan los taninos (minerales) que sueltan las hojas de los árboles que lo bordean. Ver el atardecer desde la piedra y aprovechar para llevarse una gran foto es una de las experiencias mágicas que otorga esta tierra.
Después del baño, y si la suerte lo acompaña, los delfines rosados o toninas, como son conocidos por los nativos, nadarán al lado de la ‘voladora’. El plan en la noche es colgar una hamaca en la Reserva Natural Moru, un lugar para conectar cada fibra del cuerpo con la naturaleza, una oportunidad para ver las estrellas brillar en medio de la tranquilidad y la oscuridad de la noche, y compartir, a la luz de una fogata, la inmensidad del Guainía.
El contraste
En Guainía pasa algo muy particular y es que mientras el llano verde se extiende hacia el oriente y pareciera no tener fin, de repente empieza a aparecer la selva. Esa misma que guarda nutrias, miles de especies de aves, babillas y güios, las mismas anacondas. La tupida vegetación hace que sea difícil navegar hacia la laguna Negra, cerca de una de las pocas comunidades indígenas que no fueron evangelizadas.
Algo muy distinto pasa en Coco Viejo, a unos 15 minutos del municipio, uno de los lugares más antiguos del departamento, en donde los saberes ancestrales se ven reflejados en las artesanías en barro que fabrican y en los petroglifos que son custodiados por la etnia de los curripacos. Es un lugar de leyendas y de los dioses Iñapirrikulli y Cuway. Pero son eso, leyenda, porque la evangelización sí los tocó. Cerca del casco urbano también se encuentra la comunidad de Sabanitas, un lugar ideal para caminar, hacer avistamiento de aves, conocer la gastronomía local y darse un baño refrescante. Y si se quiere aventurar y bañarse en aguas rojas hay que ir a Vitina.
Los tepuyes
¡Atrévase! Y escale los 250 metros del cerro Mavecure, porque desde la cima podrá admirar a Mono y Pajarito, los otros dos tepuyes que son el orgullo del Guainía y de las comunidades de Venado y Remanso, que reposan al pie de las piedras, las primeras que se formaron en la Tierra y que hacen parte del escudo Guayanés.
Acá empezó este relato y le puedo asegurar que lo que verdaderamente cuenta cuando se llega a la cima es la fuerza de voluntad. Cada parte del cuerpo siente la energía que emana el centro de esta piedra gigante y que inspira respeto; no por nada Ciro Guerra le dio el protagonismo que se merece en su película El abrazo de la serpiente.
Miniguía
Guainía es un destino turístico en desarrollo, así que necesita turistas responsables que puedan apreciar su belleza. Si busca un guía, el mejor es Camilo Puentes. Si busca dónde quedarse, el Hotel Toninas es ideal porque es de los únicos 10 legales en Inírida. El guía le servirá para conocer a fondo los sitios turísticos, negociar ‘las voladoras’ e incluso el almuerzo. Satena tiene un vuelo diario ida y vuelta a Guainía. Reserve con tiempo. Hay planes de verano e invierno, pero todos tienen que ver con la naturaleza, con baños en ríos de colores y toninas.
Lleve ropa cómoda. No olvide el repelente y el bloqueador solar se debe convertir en su mejor amigo. Y si tiene una buena cámara de fotos llévela porque no se va a arrepentir.
Vaya con la mente abierta y dispuesto a retarse de pies a cabeza, pues mientras se asoma de a poco la paz, es bueno conocer los tesoros naturales que se esconden a la vista de todos.
¿Qué visitar?
La sabana de la flor de Inírida
La flor de Inírida es eterna, eso dicen los indígenas. Pasa de generación en generación adornando casas o como una linda artesanía. En verano crece una flor grande y otra más pequeña, similar a un diente de león, en invierno. Es de color rojo y cuando florecen la sabana se ve de ese tono. La sabana de la Flor de Inírida es uno de los sitios más queridos por los locales y encantadores para el turista, solo queda a 10 minutos del casco urbano.
Laguna Brujas
Laguna Brujas es uno de los lugares más cercanos al casco urbano de Inírida para disfrutar de la tranquilidad y el canto de los pájaros. Se llega remando un bongo y pasando la espesa flora cubierta por el agua. Laguna Brujas tiene sus propias leyendas, como todos los lugares en Guainía, y cuenta que hace muchos siglos las mujeres que se dedicaban a la brujería mataban a los varones y los dejaban enterradas en esa zona. También se dice que los nativos van a hablar con los delfines rosados sobre el futuro de la Amazonía. Sea o no cierto, lo único verídico es que desde el aire la laguna tiene forma de bruja.
Caño San Joaquín
Este oasis de agua roja y amarillo está cerca al cerro Mavecure y a la comunidad de Venado. Después de escalar el tepuye, el premio es un pescado ‘muquiado’ y un baño en el tranquilo caño en donde se puede pasar toda la tarde. Aquí vale la pena broncearse en la playa que se forma al borde de la piedra.
“Somos únicos porque aquí se encuentra el fin del Orinoco y la entrada a la Amazonía” Camilo Puentes, guía turístico
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