La muerte de Juan Manuel Campo es el reflejo de una sociedad indolente y de las instituciones que a veces maquinan a media marcha. A Juan Manuel le quitaron la vida en un puente peatonal todo por un celular y por eso su madre, Mireya Kurmen, decidió escribir una carta y continuar con su legado. Estas fueron las palabras que ella escribió y leyó en medio del velorio de su hijo, la misma que fue compartida por el diario El Tiempo:
“Gracias a todos por estar en este momento tan difícil en que el corazón requiere un hombro amigo y la fuerza de un abrazo para amainar el dolor… La vida me enfrenta hoy a la lección más difícil que haya tenido: asentir al destino. Asentir no significa aceptar con resignación, significa decir sí a todo, como fue, como es y como será. Significa bajar la cabeza con total humildad ante el Hacedor de las cosas, reconociendo que en el universo creado, en la complejidad de la vida, todo es perfecto. Todo suceso, por nimio o importante que parezca, obedece a un equilibrio perfecto. Nada puede ser de otra manera. Como fue está bien, como es está bien, como será está bien; entonces la única salida posible es fluir con los designios de la vida, es ponerse en sintonía con el destino, sin ninguna resistencia, sin ninguna pretensión por cambiarlo. Es reconocer que todo sirve a algo mayor, aunque desconozcamos el propósito, aunque solo percibamos lo que nuestros ojos alcanzan a ver… Yo sentía su angustia y pedía al cielo un sueño que le permitiera amar la vida plenamente. Inicia (Juan) sus estudios en la Universidad Nacional, en biología, esa ciencia maravillosa de la que se enamora, y encuentra entonces el propósito de su vida. Nuestra casa se convierte en el espacio del encuentro con sus amigos y compañeros, que traen consigo el despertar del amor. Muchos de los presentes compartieron su pasión por las salidas de campo y disfrutaron de su amistad y alegría. Se reía de manera estrepitosa con una risa plena que era su sello característico.
Luego empieza a viajar y a reforestar. Sus dos últimos destinos: Vichada, un departamento como muchos otros, lleno de abandono estatal, sin luz, sin internet, sin carreteras, pero allí sembró cerca de 10.000 árboles; y finalmente Magdalena Medio. ‘Mamá’, me decía, ‘conocí un reducto de bosque conservado y encontré zapán, granadillo, guatinajo, y encontré árboles que solo había visto en los libros… Conocí gente linda que apenas si saben leer y escribir y tienen un profundo conocimiento del bosque’. En estos últimos días estuvimos muy unidos, hasta que el domingo en la noche María viene y me despierta para decirme que atracaron a Juan y que está grave en la clínica Méderi. Venía de regreso a casa con su novia y los atracaron (él se resistió a entregar la cámara y los lentes con los que registraba las maravillas del bosque), le asestaron una puñalada en su corazón, llegó sin vida al hospital, y aunque hicieron todo lo posible por reanimarlo falleció”.
¿Qué les habrá entregado la vida a esos jóvenes para hacer una cosa así? Esa pregunta suscita muchas respuestas, y nos invita a no juzgar, a darle un lugar en el corazón a estos victimarios y a responsabilizarnos de nuestra contribución, pequeña o grande, en este orden social que hemos construido, que como decía Juan es tan desigual que les niega a unos todas las posibilidades que a otros les da en abundancia, que valora el tener sobre el ser.
El dolor de la pérdida persiste. Para muchos sigue siendo injusto, culpan a Dios, a los poderosos, a la corrupción… Otros piensan en los proyectos truncados y en el potencial de vida que se perdió; otros, tal vez, en qué hubiera pasado si hubieran hecho esto o aquello; todas estas son muestras de resistencia ante el destino.
“Los invito a asentir al destino: como fue está bien, como es está bien, como será está bien; y a sembrar un árbol en nombre de Juan, para que a través de nosotros su meta de completar un millón de árboles para sus 40 años se haga realidad… Y que así Juan resucite en cada árbol, en cada bosque. Así su muerte cobrará el sentido que él quiso darle a su vida”.
En medio de las exequias, Mireya pidió que honraran a su hijo sembrando un árbol, pues Juan Manuel era amigo del medio ambiente y como biólogo se dedicó a trabajar la madera por medio de su empresa Albura.
Así recuerdan a Juan Manuel: