Hace una década, la muerte acechaba en el camino que lleva al Parque Arqueológico Nacional de Tierradentro.
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El camino desde la ciudad de Popayán, sobre la Cordillera central de Colombia, era tristementefamoso por las emboscadas y los secuestros que ahí ocurrían. Unos cuantos puestos militares insinuaban siniestramente la presencia de guerrilleros de las Farc.
Así que mientras sorteaba el camino destapado, en medio de un paisaje andino desolado y azotado por el viento, agarraba el volante con fuerza. La niebla fría se arremolinaba a mi alrededor como un manto funerario.
Afortunadamente, llegué a una de las necrópolis más grandes del mundo. Frente a mi tenía la gran hipogea precolombina de Tierradentro.
Efectivamente, el mayor tesoro de monumentos religiosos y esculturas megalíticas de América del Sur no se encuentra en la Isla de Pascua, Chile, ni en Perú, como podría suponer la mayoría de los viajeros.
Son las 162 tumbas subterráneas de Tierradentro excavadas en roca volcánica, y las más de 500 estatuas y monolitos funerarios que rodean el cercano pueblo de San Agustín.
Están esparcidas a lo largo de 2.000 kilómetros cuadrados de montañas y llanuras cercanas al río Magdalena, en el suroccidente de Colombia.