En Irkutsk, hay que esperar horas para tener una vista del río despejada y que el termómetro marque más de -20 °C.
Esta ciudad siberiana en expansión parece un mundo diferente, con una realidad dura que Moscú, el centro de decisiones ubicado cinco zonas horarias al oeste, pasa por alto.
Una realidad que hoy se puede resumir en el "inodoro de la vergüenza" que se levanta afuera de un edificio de departamentos en uno de los suburbios menos favorecidos de Irkutsk.
La empresa que administra el edificio instaló esta caseta de madera cuando las deudas de sus residentes alcanzaron niveles récord.
Es una advertencia: si no se ponen al día en los pagos, ese es el baño que tendrán que usar.
"Le decimos a la gente que bloquearemos los desagües de sus departamentos si no pagan", explica al lado de la caseta el jefe de la compañía, Alexei Mikhailov, mientras su aliento se convierte en nubes heladas.
Lleva repitiendo su amenaza a un ritmo de 40 letrinas por mes.
"La gente continúa usando el inodoro durante un par de días, luego el desagüe se estanca y el agua empieza a salirse", dice Alexei. "Al tercer día vienen con los ojos muy grandes a firmar un acuerdo de pago".