A Esequiel Hernández le faltaban menos de 300 metros para llegar a su casa cuando cayó al suelo mortalmente herido de un disparo en el pecho.
Había cumplido 18 años la semana anterior. Regresaba de pastorear el rebaño familiar de unas 43 cabras por una colina desolada rodeada de sembradíos de alfalfa, ubicada cerca del Río Grande y conocida como "El Polvo".
El suceso, ocurrido el 20 de mayo de 1997, causó gran conmoción en Redford (Texas), una pequeña comunidad de un centenar de habitantes, la mayor parte de ellos con raíces mexicanas.
Y sus efectos se hicieron sentir mucho más allá pues encendieron una polémica en Estados Unidos que dos décadas más tarde ha vuelto a resurgir.
Hernández perdió la vida por un disparo hecho por un marine desplegado en la frontera con México como parte de la lucha que el gobierno del entonces presidente Bill Clinton realizaba para combatir el narcotráfico.
- Los otros momentos en la historia en los que Estados Unidos militarizó su frontera con México
- Texas inicia el despliegue de tropas que pidió Trump en la frontera con México
El joven se convirtió en el primer ciudadano estadounidense en morir a manos de militares activos de ese país actuando en su propio territorio desde 1970.
Su muerte, además, llevó al Pentágono a poner fin al uso de tropas en labores de seguridad fronteriza.
Pero este jueves, el presidente de EE.UU., Donald Trump, aseguró que mandará de nuevo a la frontera sur de su país al ejército si México y los países centroamericanos no detienen los flujos migratorios hacia territorio estadounidense.
Todo a raíz de un a caravana de unos 3.000 migrantes que salió hace unos días de Honduras en dirección a EE.UU., donde sus integrantes quieren pedir asilo.
- Trump amenaza a Honduras por una caravana de migrantes que se dirige a Estados Unidos
- Trump acusa a Honduras, Guatemala y El Salvador de no hacer nada para evitar la llegada de "muchos criminales" en la caravana de migrantes
Una muerte polémica
Descrito como un joven tímido al que le gustaba coleccionar puntas de flechas y monedas antiguas que encontraba y guardaba en una caja con llave junto a su almohada, Esequiel Hernández nació en la misma cabaña de adobe en la que vivía su familia.
Le llamaban Junior, para diferenciarlo de su padre del mismo nombre.
El joven, que cuando murió estudiaba el segundo año de educación secundaria y se preparaba para presentar el examen para obtener el registro de conducir, solía llevar cada tarde sus cabras portando un rifle calibre 22 para defenderlas de perros salvajes y coyotes.
Era un arma antigua que, según reseñó en la época el diario Los Angeles Times, heredó de su padre, quien a su vez la recibió de su abuelo.
Llevar un rifle de esos no era algo inusual en aquella aislada comunidad rural de Redford y eso hizo Hernández el día de su muerte como había hecho tantas otras veces.
Mientras cuidaba de su rebaño fue visto por una patrulla de cuatro marines que estaban ocultos en labores de vigilancia.
Vestían trajes de camuflaje y tenían los rostros pintados de negro. Lo vieron a 200 metros.