En un rincón tranquilo del norte de Europa existe una particularidad geopolítica: muchos edificios tienen una frontera internacional que los atraviesa.
Es un lugar en el que una persona puede llegar dormir en la misma cama que su mujer, pero dormir en un país diferente al de su cónyuge. Un lugar donde las personas cambian el sitio de la puerta que da entrada a sus viviendas para beneficiarse económicamente.
Se trata de un pequeño municipio holandés no lejos de la frontera con Bélgica llamado Baarle-Nassau. En él hay cerca de 30 enclaves belgas conocidos popularmente como Baarle-Hertog.
El problema con la frontera tiene su origen en la Edad Media, cuando las parcelas de tierra se dividieron entre diferentes familias aristocráticas locales.
Baarle-Hertog perteneció al duque de Brabante, mientras que Baarle-Nassau era propiedad de la familia medieval de Nassau. Cuando Bélgica declaró la independencia de los Países Bajos en 1831, ambos países acabaron en un embrollo fronterizo.
Las fronteras no se fijaron realmente hasta 1995, cuando la última parte restante del país se atribuyó a Bélgica.