Cuando tenía 19 años consiguió un trabajo vendiendo cursos de inglés por teléfono y, si bien no había uno en su casa, decidió que eso no sería un impedimento para lograr su objetivo.
Flavio Augusto da Silva vivía en Río de Janeiro y sus padres no tenían línea telefónica.
Es que en el Brasil de 1991 eso era un lujo. Su familia no contaba con los US$960 que valía la instalación del servicio y, aunque hubiesen tenido el dinero, había una lista de espera de dos años.
Como los celulares seguían siendo un artefacto casi futurista para la mayor parte de la población, Da Silva tuvo que buscar una solución para poder hacer su trabajo.
Entonces se le ocurrió la idea de utilizar los teléfonos públicos que existían en el aeropuerto de Santos Dumonty transformar el terminal aérea en su nueva oficina.