Bastó un año de presidencia de Donald Trump en Estados Unidos para alcanzar un grado de recelo y apatía en la relación de Washington con América Latina que, según expertos, era inédito en tiempos modernos.
La cuestión no son tan solo los reportes de que Trump se refirió a naciones de Centroamérica y el Caribe como "países de mierda", o sus decisiones de quitar el amparo contra la deportación a cientos de miles de inmigrantes latinos en EE.UU.
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Tampoco se trata apenas de la política comercial de Trump, que renunció al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) con países latinoamericanos y asiáticos, y puso en jaque al tratado NAFTA de libre comercio entre EE.UU, México y Canadá.
Ni siquiera es exclusivamente la insistencia de Trump en construir un muro a lo largo de la frontera con México, país al que calificó días atrás como el "más peligroso del mundo" aunque los propios datos oficiales de Washington señalen que eso es falso.
Lo que ha abierto un panorama desconocido en las relaciones hemisféricas es la combinación simultánea de esos y otros factores, como que Trump siga sin designar al equipo del Departamento de Estado para los asuntos de Latinoamérica.