En el suroccidente de Barranquilla, una reserva ecológica de 2,5 hectáreas se erige como un ejemplo de transformación urbana y sostenibilidad ambiental, ubicada después del puente del parque Bicentenario, en el barrio La Paz. Este espacio, donado originalmente por un propietario local y ahora financiado por el pueblo japonés con el apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), está en proceso de convertirse en el primer ecoparque comunitario de la ciudad, un proyecto que busca impactar positivamente en los barrios más vulnerables de la localidad, confiando en el apoyo del Distrito de Barranquilla para la culminación de las obra y de Siembra Barranquilla para su cuidado futuro. Es un regalo de Navidad que la comunidad desea entregar a la ciudad.
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Con 18,000 m² dedicados a especies vegetales y animales del bosque seco tropical y 5,000 m² para huertas comunitarias, el ecoparque es un refugio natural de aves, peces y tortugas y no solo contribuye a la reducción de 75 toneladas de CO2 al año, sino que también emplea prácticas innovadoras como el reciclaje de agua lluvia en humedales artificiales con capacidad para almacenar hasta 4 millones de litros, garantizando autonomía en el riego de los árboles sin depender de la red pública.
El proyecto beneficia directamente a 80,000 personas que residen en los alrededores, quienes pueden acceder al ecoparque a pie en menos de 15 minutos. Además de mejorar la percepción de seguridad y mitigar la estigmatización de los barrios aledaños, el espacio fomenta el desarrollo de una conciencia ambiental comunitaria a través de actividades como el muralismo participativo y la formación de una red de 30 gestores ambientales.
PUBLIMETRO habló con Isabel Ortiz Leones, consultora psicosocial del proyecto Ecoparque del Suroccidente, nos comparte la visión y desarrollo de este importante espacio ubicado entre los barrios La Paz, Siete de Agosto y los Rosales. Este proyecto, que combina sostenibilidad, participación comunitaria y bienestar psicosocial, se ha convertido en un símbolo de integración y preservación ambiental para el suroccidente de la ciudad.
“La idea del Ecoparque tiene ya más de 12 años. Surgió cuando el propietario original de las tierras, Espumados del Litoral, cedió 2,5 hectáreas al padre Cyrillus Swinne. Él, con su visión de sostenibilidad y preservación del medio ambiente, decidió destinar este espacio a un proyecto que impactara positivamente a la comunidad. Posteriormente, el terreno pasó al Distrito y actualmente la construcción de la primera etapa es financiado por el pueblo japonés, con el apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID)”, relata Isabel.
La administración del proyecto actual está a cargo de la Comunidad Religiosa Ministros De Los Enfermos, que contrató a ITC Tierra de Colores para las obras civiles de la primera etapa. Una de las principales características del proyecto es la participación activa de los vecinos de los barrios vecinos. “Queremos que este espacio sea un lugar de autosostenibilidad comunitaria, donde los vecinos, especialmente jóvenes, se conviertan en guardianes del parque. Ellos conocen las aves, las plantas y el entorno mejor que nadie, por lo que buscamos formarlos para que lideren iniciativas ambientales y sociales”, agrega Ortiz.
Espacios para la integración en el Suroccidente de Barranquilla
El proyecto del Ecoparque es el cuarto componente del proyecto de apoyo a la población migrante venezolana y colombianos retornados asentada en Villa Caracas, financiado por el BID con recursos del Pueblo de Japón, como espacio de integración de la población migrante con la comunidad que los acoge.
Además del enfoque ambiental y de integración, el Ecoparque del Suroccidente se proyecta como un espacio para la salud mental y el bienestar familiar. Ortiz destaca que la conexión con la naturaleza tiene un impacto positivo en la salud emocional de las personas: “Aquí queremos que las familias encuentren un lugar de encuentro, de contemplación, donde puedan caminar descalzos, abrazar un árbol, escuchar las aves o disfrutar de un picnic en armonía con la naturaleza”.
Para Isabel, estos espacios son esenciales en una sociedad donde la desconexión con el entorno natural afecta el bienestar mental: “No somos ajenos a la naturaleza, somos parte de ella. Este espacio busca reconectarnos con nuestras raíces y brindarnos momentos de calma y reflexión”.
Así como el proyecto cuenta con un sólido apoyo internacional, Isabel expresa la confianza de una siempre mayor participación del Distrito: “Estamos seguros que el Distrito de Barranquilla continuara en el próximo año su apoyo y traducirá su compromiso con la comunidad y el medioambiente en obras de culminación de la obra.” Además seguimos en conversaciones para garantizar la sostenibilidad a largo plazo.
Ortiz subraya que el impacto del Ecoparque trasciende los barrios Siete de Agosto Los Rosales y La Paz, convirtiéndose en un recurso para toda la ciudad: “El Ecoparque es de todos los barranquilleros. Es un espacio que no solo preserva el medio ambiente, sino que también sana y une a la comunidad”.
Isabel agradece la colaboración del pueblo japonés y el compromiso del padre Cyrilo, cuya visión ha sido el alma de este proyecto: “Él siempre ha creído en un espacio que sea más que un parque, un lugar sanador que transforme vidas y promueva un sentido de pertenencia en las persona”.
Testimonio de Agny Martínez, sobre el Ecoparque del Suroccidente y su vida en Barranquilla
“Anteriormente, nuestro barrio era gris”, relata Agny Martínez, migrante venezolana que lleva más de una década en Colombia. “No teníamos calles pavimentadas, era puro barro. El único parque cercano era Los Rosales, que era donde podíamos ir. Con la llegada del Parque Bicentenario y ahora con el Ecoparque del Suroccidente, todo ha cambiado. El barrio tiene vida”.
Para Agny, el Ecoparque es un lugar especial que debe ser projegido. “A diferencia de un parque común, aquí puedes sentarte en la naturaleza, convivir con los animales y disfrutar de la tranquilidad. Es un espacio para las familias, pero también una oportunidad de crecimiento para la comunidad. Se han propuesto kioscos donde emprendedores locales, incluso migrantes como yo, puedan vender productos hechos a mano, como bolsos, aretes o comida típica de Venezuela. Además, hay jóvenes, tanto colombianos como venezolanos, trabajando en el parque, lo que también impulsa el empleo local”.
Agny llegó a Colombia hace más de diez años con una niña de un año y un bebé de dos meses. “Viví un tiempo en La Manga, pero casi no salía porque el ambiente no era el mejor. Luego, mi esposo y yo nos mudamos aquí. Comenzamos con una habitación pequeña, compartiendo cocina con mi cuñado y su padre. Con el tiempo, logramos construir nuestra casa. Colombia nos recibió bien. Extraño mi país, claro, pero aquí nos han tendido la mano”.
El Ecoparque: un espacio de renacer
El Ecoparque no solo ha transformado el barrio, sino también a sus habitantes. “Es un lugar que simboliza renacer”, dice Agny. “Cuando me pidieron diseñar un mural, dibujé un Araguaney, el árbol nacional de Venezuela, porque me transporta a mi tierra. También hice una flor de loto, que representa la fortaleza y el crecimiento en medio de las adversidades. Para mí, el barrio era como un capullo, y ahora está abriendo sus alas para recibir a todos”.
Agny y su familia son ejemplo de emprendimiento. Su hija, recicladora, tomó un curso de tejido, y juntas empezaron a diseñar productos. “Creamos jabones naturales que llamamos ‘Reja’, por el reciclaje. Son totalmente ecológicos”.
Con orgullo, Agny invita a todos a conocer el Ecoparque. “Es un lugar de transformación. Aquí todos somos parte de un mundo que se renueva y florece”.
Otros testimonios sobre la preservación y contribución al ecoparque comunitario
En Barranquilla, los residentes del sector expresan su compromiso con la preservación del ecoparque comunitario tras la finalización de las obras. El joven Dagoberto Hurtado resalta la importancia de la concienciación sobre el cuidado del espacio y la participación activa de la comunidad. Plantea propuestas como la plantación de cultivos medicinales, como el cannabis, que podrían generar beneficios económicos y ambientales para el desarrollo del ecoparque. Además, destaca el valor de convertir el espacio en un lugar inclusivo donde vecinos y visitantes puedan recrearse sin exclusiones.
Por su parte, el joven Daniel Alexander Rudas contribuye al cuidado del parque mediante el reciclaje, recolectando materiales útiles mientras recorre la zona en triciclo. Su aspiración es seguir contribuyendo al bienestar del espacio y alcanzar su sueño de estudiar una carrera profesional, agradeciendo tanto a Dios como a quienes lo han apoyado. Ambos jóvenes coinciden en la importancia de iniciativas sostenibles, como el reciclaje, para fortalecer la sostenibilidad y el impacto positivo del proyecto.
La cifra: Con 18,000 m² dedicados a especies vegetales del bosque seco tropical y 5,000 m² para huertas comunitarias, el ecoparque es un refugio natural que no solo contribuye a la reducción de 75 toneladas de CO2 al año.