Esta investigación se realizó gracias a los talleres de Narrativas de Sostenibilidad de Fondo Acción y Presunto Podcast previos a la COP 16.
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Marco Aurelio Martínez, de descendencia Mokaná, un pueblo indígena que lucha por su reconocimiento en el Atlántico, es uno de los más famosos lutieres de instrumentos de cumbia, residente en el municipio de Tubará. A diario, suspira, porque de manera silenciosa, el bosque seco tropical desaparece, escasea la madera para hacer instrumentos y las sonoridades de la cumbia se apagan, ante las miradas de todos. Su sueño, dice, es empezar a trabajar en la recuperación del bosque seco tropical en el Atlántico: “Siento que cada día la materia prima se está agotando. Cada vez que cortamos un árbol, es como si estuviéramos agotando más el recurso. A veces pienso que tendré que buscar otro trabajo y dejar de hacer tambores, porque ya no hay madera disponible”.
Además, resalta que “la autoridad ambiental no nos permite cortar más árboles, lo que hace todo aún más complejo. No sé si podré continuar con mi oficio hasta el final, pero tengo un sueño: reforestar un bosque en el Atlántico. Eso es lo que realmente deseo”, dijo Marco en diálogo con PUBLIMETRO.
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El bosque seco tropical es uno de los ecosistemas más degradados, devastados y poco reconocidos en Colombia. Según el Ministerio de Medio Ambiente, ya se ha perdido más del 90 por ciento de los bosques secos originales del país, y el 65 por ciento de las zonas deforestadas han sido tan degradadas que se encuentran en estado de desertificación. En los bosques secos tropicales se encuentran árboles como el guáimaro, el trupillo, el dividivi, el ébano, el lumbre, el guayacán, el roble, el mamoncillo, la teca y la uña de vaca, la ceiba. También es hogar de 83 especies de fauna endémicas.
“Monte adentro”, es la expresión de Marco para explicar cómo debe ir cada vez más lejos para intentar conseguir la materia prima de este arte. “Para crear un buen tambor se necesitan árboles con una madera que tenga entre diez y doce años y que el árbol haya sido plantado en una tierra buena. Que el árbol tenga un grosor que dé para una tambora de 40 centímetros y que tenga esas medidas”.
Marco también adquiere maderas a los dueños de fincas cercanas para aprovechar todo el material posible y, aun así, dice sentirse contrariado: “Siento que cada día que pasa, cuando corto un árbol, me invade un dolor y una tristeza, porque, aunque es el material principal de mi trabajo y estoy contribuyendo al enriquecimiento del folclor, al mismo tiempo siento que estoy maltratando el medio ambiente, la fauna y la flora”.
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El tambor más exigente para construir
El tambor alegre, la tambora, el tambor llamador, las maracas, el guache y la flauta de millo son los instrumentos que construye Marco con la madera del bosque. El más difícil es el alegre por los timbres y por lo que cada músico quiere de él. Dice: “Es más alto que el llamador, como entre 60 y 70 centímetros; la boca tiene 33 centímetros. Él tiene forma como de un cono, arriba más alto y abajo termina más reducido”.
“El tambor alegre, que es el instrumento más dedicado, lo ajusto con algunos arreglos y cambio el parche o el cuero para buscar el timbre adecuado. Si un buen músico me lo solicita, le pongo aún más empeño y profundizo en los detalles del proceso de elaboración de instrumentos folclóricos”.
Como artesano, trabaja con tres tipos de madera: banco, carito y ceiba amarilla. También con la madera de caracolí, pero en el Atlántico poco se consigue. Sus herramientas las llama “hechizas” y cuenta que fueron elaboradas por los maestros artesanos. “Sólo tocando el instrumento el artesano conoce qué sonido debe dar. El árbol lo cortábamos con hacha y después lo trozábamos con otra herramienta, un ‘cerrote’ que es como un serrucho grande, y con un compás lo vamos armando”, detalló.
El tambor más básico para elaborar, pese a su tamaño, es la tambora, porque, según Marco, “es pareja y el tronco se trabaja en forma pareja hasta cincuenta centímetros de circunferencia. Son unas tamboras enormes, que ya casi no se ven en la actualidad y sólo se usan en los desfiles del Carnaval de Barranquilla para que resuenen con los grupos folclóricos”.
El cuero estirado que retumba bajo las palmas de los músicos viene principalmente de animales como cabras y carneros, y en ocasiones excepcionales, de venados, pues están más protegidos. “El cuero de chivo es el que más se usa; lo consigo en regiones como Maicao o Riohacha, donde los indígenas crían grandes cantidades de estos animales. Antes, las pieles eran desechadas o enterradas, pero ahora son una fuente de ingresos para estas comunidades, lo que beneficia tanto a ellos como a los lutieres”, comenta.
El secreto de las fases de la luna para el corte de la madera
El corte de la madera no lo hacen en cualquier momento. De acuerdo a las creencias del pueblo Mokaná, debe hacerse según fases de la luna: “La mejor época para cortar la madera es con la luna llena, y después, con la luna nueva, hacemos una transición y a los cinco días, que le llamamos ‘el quinto de luna’, de allí en adelante ya se puede cortar y trabajar la madera. Si no se hacen estos cortes en las fases de la luna, le cae plaga a la madera, al instrumento y al tambor”. Dice Marcos, que ha preservado la costumbre.
La flauta de millo, ya no es de millo
Se le seguirá conociendo así, aunque esté hecha de otro material, y pocas personas saben que la razón es climática y no cultural. De acuerdo a la memoria de Marco, los grupos folclóricos en el Atlántico desde los años 80 dejaron de usar la caña del millo para elaborar esta flauta de tipo traverso o, como le dicen en Morroa, Sucre, el “pito atravesao”. Aunque en el Caribe existen cultivos de este cereal, son pequeños y no pueden ser el material de las flautas.
“Es un instrumento tan fácil de hacer de una simple cañita, con cuatro orificios y una lengüeta, y le ubica una pita para sujetarla, para que dé el timbre. Sólo tiene cuatro huecos y eso tiene todos los tonos, y la persona que domina ese instrumento puede sacar todo lo que le antoje en esa cañita. Se considera el instrumento más melódico que existe, aparte de un clarinete y otros instrumentos”.
El millo ya no está para las flautas por acción de la sequía y los pesticidas. “se ha visto afectado por el cambio climático, la falta de lluvias y las sequías que alteran las épocas regulares de lluvia. Esto ha generado que no crezca en condiciones óptimas. Además, el uso de pesticidas lo vuelve demasiado flexible, impidiendo que desarrolle adecuadamente la caña necesaria para fabricar la flauta de millo”.
Debería llamarse ahora flauta de Castilla o de carrizo. “es una planta como el millo, pero el carrizo es más grueso, fuerte y dura, el millo con el paso del tiempo en el Atlántico se ha vuelto muy flexible y blando. El cambio ha sido enorme porque el sonido del millo es más original y único, la caña del carrizo suena más duro y fuerte”. Hay un sonido, que según Marcos, las nuevas generaciones no conocieron. Como tampoco las tradiciones ancestrales de siembra del millo para que guarde la rigidez y las condiciones optimas para que se convierta en flauta.
Maracas: el canto del totumo
Ricardo de León, maestro de ceremonias de la Noche de Tambó, uno de los eventos de cumbia más importantes en el Carnaval de Barranquilla, narró para esta investigación que, tras la ampliación de una carretera en el corregimiento de Caracolí, Atlántico, arrasaron con una docena de árboles de calabazo, cuyo fruto, el totumo, se utilizaba para elaborar las más sonoras y excelsas maracas del Atlántico. “Fue una tragedia ambiental, de la cual no me repongo todavía. No hemos podido volver a crear maracas por la falta de totumos que nacían de esos árboles. Es muy triste ver cómo se va perdiendo toda esa biodiversidad que tenemos”, expresó.
Para Marco, la creación de este instrumento, que parece simple, requiere servicios especiales de la naturaleza. “Las maracas son hechas en totumo, pero su elaboración también es muy compleja aunque no lo parezca. No todo calabazo de un totumo te da un sonido perfecto ni el brillo único, y de cien calabazos que se consiguen, quizás diez van a sonar bien ni a tener ese canto del totumo. No todo calabazo suena bien, y si no te sonó bien nunca lo hará, así sea que se limpie o se pinte; esas maracas quedan sonando así”.
“Pero existe la magia en el totumo. También hay unos que enseguida, sin que se les haga nada ni tanta pintura, ese calabazo suena perfecto. Se les introducen las semillas del capacho o de acacia que se parten en tres partes, y también dan un sonido único. La semilla del capacho se seca y es perfecta para eso”.
Es difícil saber cuánta madera queda para tambores, o totumos para maracas, o carrizo para las flautas. Lo cierto es que la biodiversidad hace parte de la cultura musical del Atlántico, y su crisis le baja el volumen a la cumbia.
Marco sueña con dejar no solo el legado de la Lutería, sino en dejar un bosque. Reforestar y reparar la naturaleza para que el oficio y la música sigan sonando. “Hace muchos años tengo en mi mente la idea de reforestar la madera para reparar el daño que he causado a la naturaleza. Quiero, antes de despedirme de este mundo, sembrar un bosque y reponer esos árboles. Le pido a Dios que me dé fuerzas para que, cuando yo no esté, un descendiente mío que haya aprendido a hacer instrumentos pueda decir: ‘Estos árboles los sembró mi tío Marcos, y mira, ya son árboles adultos, dejó un bosque como legado’. Para mí, eso sería muy especial, y me sentiría orgulloso de haber pasado por esta tierra”.
¿Quién protege los bosques secos tropicales hoy?
Los bosques, no solo del Atlántico donde vibve marcos, sino de varios lugares del país, necesitan protección y una de las organizaciones que trabaja en esta meta, es Fondo Acción. Óscar Orrego, coordinador de conservación, destacó los esfuerzos de la organización para proteger y restaurar ecosistemas boscosos en Colombia, con un enfoque especial en la colaboración con comunidades locales. Estos proyectos, que se desarrollan en regiones como el Pacífico, Amazonia, Andes, valles interandinos y el archipiélago de San Andrés y Providencia, buscan restaurar ecosistemas gravemente transformados, como los bosques secos tropicales, y mitigar problemas como inundaciones y avalanchas. “En Fondo Acción llevamos a cabo una variedad de proyectos enfocados en la conservación y restauración de ecosistemas boscosos, buscando mejorar las condiciones de vida de las comunidades locales. Entendemos que su bienestar está intrínsecamente ligado a la salud de los ecosistemas que los rodean”, afirmó.
El papel de las comunidades es clave, pues Fondo Acción no solo ofrece recursos, sino que trabaja en conjunto para diseñar soluciones adaptadas a sus necesidades, promoviendo intercambios de experiencias entre comunidades. Este modelo busca empoderarlas como protagonistas en la gestión de sus ecosistemas, resaltando la importancia de mantener los bosques en pie como una opción más rentable y sostenible frente a la deforestación. Además, se trabaja en la inclusión activa de los jóvenes, combinando conocimientos ancestrales y enfoques modernos, para fortalecer las acciones de conservación.
En su proyección hacia 2025 la organización planea ampliar su labor en San Andrés y Providencia, enfocándose en la protección de arrecifes, y continuar con el Fondo de Acción Climática, que impulsa iniciativas lideradas por mujeres, niños y niñas. Fondo Acción reafirma su compromiso con soluciones adaptadas a cada comunidad, promoviendo acciones locales que impacten positivamente en los desafíos globales de cambio climático y biodiversidad.
¿Como están otros bosques secos en Colombia?
En San Andrés y Providencia es coralino y volcánico. June Marie Mow Robinson, lideresa ambiental del terriotorio, explica que estas islas presentan características únicas: San Andrés es coralina y Providencia volcánica. En Providencia, el bosque seco es crucial, ya que protege nacimientos de agua esenciales para la isla. Sin embargo, este ecosistema ha sufrido por la extracción histórica de maderas preciosas y eventos recientes como los huracanes Iota y Julia, además de un incendio causado por prácticas agrícolas inadecuadas.
“El bosque seco presta servicios ecosistémicos vitales, como la protección de fuentes hídricas y la reducción de sedimentos que dañan los arrecifes. Estos arrecifes son nuestra primera línea de defensa contra tormentas y marejadas ciclónicas”, señala Robinson.
La restauración ecológica liderada por Fondo Acción incluye más que reforestación; busca rehabilitar suelos y fortalecer la conexión de las personas con la naturaleza. Según Robinson, “sin la participación activa de las comunidades, no podemos proteger los ecosistemas”. Este trabajo implica acuerdos con agricultores para promover prácticas sostenibles y conservar especies locales, como el cedro y otros árboles usados en medicina tradicional.
Además, se rescatan conocimientos ancestrales, en colaboración con organizaciones internacionales, para documentar los usos tradicionales de árboles medicinales.
El enfoque no solo incluye a adultos. Con un proyecto de alfabetización climática, los niños participan en actividades prácticas para reconectar con su entorno. Desde visitas a manglares y bosques hasta el aprendizaje en aulas ambientales, estas iniciativas buscan formar generaciones más conscientes y comprometidas con la sostenibilidad.
“El proceso de restauración ecológica es largo”, reconoce Robinson, pero enfatiza que el trabajo conjunto con las comunidades es clave para garantizar el futuro de estos ecosistemas y, con ellos, la supervivencia de las islas.
Zarku Esther Izquierdo, lideresa ambiental del pueblo Arhuaco en la Sierra Nevada de Santa Marta
La Sierra Nevada de Santa Marta, un territorio sagrado para los Arhuacos, enfrenta desafíos ambientales que ponen en riesgo su equilibrio. Zarku Esther Izquierdo, lideresa ambiental y defensora de su comunidad, a sus 24 años nos comparte los procesos que lidera, las amenazas que enfrentan y su relación con la naturaleza.
Zarku Esther Izquierdo lidera proyectos enfocados en reforestación y restauración de tierras, integrando conocimientos externos con las prácticas ancestrales de su pueblo. Sin embargo, destaca los retos que enfrentan los jóvenes dentro de las comunidades indígenas.
“Algunas personas mayores piensan: ¿Qué sabe esta niña para decirme qué hacer? Es un desafío romper esos estereotipos y demostrar que los jóvenes también tenemos ideas y capacidad para liderar. Además, tanto dentro como fuera de nuestra comunidad, se tiende a ignorar la voz de los niños y jóvenes, quienes también quieren participar y aportar”, señala. Por ello, trabaja en iniciativas intergeneracionales que reconozcan el valor de todos los aportes.
Las amenazas provienen del turismo irresponsable, la minería y la deforestación. Zarku explica: “Cerca de la mina del Cerrejón, que afecta un punto sagrado, hay una fuerte explotación minera. También, los campesinos realizan tala para monocultivos y usan fertilizantes químicos que degradan la tierra. Cuando esta ya no es fértil, buscan nuevas áreas, perpetuando el ciclo de destrucción”. En cuanto al turismo, critica la falta de respeto hacia los espacios sagrados y la acumulación de basura.
Frente a estos problemas, Zarku ha desarrollado Aula Viva, un proyecto colaborativo que reúne a jóvenes para restaurar la tierra. “Este espacio combina conocimientos ancestrales y prácticas externas. Por ejemplo, trabajamos en viveros para recuperar árboles nativos y colaboramos con organizaciones como Fondo Acción e Influencia por Naturaleza”, menciona.
El proyecto también busca enseñar prácticas sostenibles, como evitar fertilizantes químicos y respetar el equilibrio natural. “El objetivo es sensibilizar tanto a indígenas como a no indígenas sobre la importancia de cuidar el territorio”, enfatiza.
Para los Arhuacos, la naturaleza es mucho más que un recurso. “Cada elemento, desde las piedras hasta los árboles, tiene vida y merece respeto. Antes de construir o sembrar, pedimos permiso a la tierra y realizamos rituales de agradecimiento”, explica Zarku.
Comparando el ecosistema con el cuerpo humano, Zarku añade: “Un río es como una vena de la tierra. Si se bloquea, afecta a todo el ciclo natural”. Para su comunidad, cuidar la tierra es honrar la herencia de sus ancestros, asegurando agua limpia, aire puro y suelos fértiles para las futuras generaciones.Esta visión integradora y su compromiso ejemplifican la lucha por proteger uno de los territorios más ricos en biodiversidad y espiritualidad de Colombia.
Pastora Cantillo Vergel, lideresa en la recuperación del bosque seco tropical en La Guajira
En Dibulla, La Guajira, Pastora Cantillo Vergel lidera un importante proyecto para la recuperación del bosque seco tropical,. Desde su posición como representante legal de la Junta de Acción Comunal de la vereda Larga la Vida, ha impulsado iniciativas que combinan conocimientos locales y esfuerzo colectivo.
“Soy Pastora María Cantillo Vergel, nacida en Valledupar, pero radicada en Riohacha desde niña. Llevo 12 años ejerciendo como representante legal de la Junta de Acción Comunal en mi comunidad”, nos cuenta al iniciar la conversación. Su compromiso con el medioambiente surge del reconocimiento de la importancia de proteger los recursos naturales del territorio que habita.
Cuando se le pregunta sobre los principales retos destaca el desconocimiento inicial sobre las semillas nativas de la región. “Lo más difícil fue aprender sobre las semillas nativas. Antes no les dábamos la importancia que tienen. Pero comenzamos a reconocer su valor y las llevamos al vivero”, explica.
Este vivero comunitario, un logro destacado de su gestión, alberga actualmente unas 94.000 plántulas, incluyendo especies como cacao, aguacate y el mango. Estas acciones no solo buscan restaurar el ecosistema, sino también mejorar la calidad de vida de los habitantes. “Hemos aprendido a valorar lo que tenemos y a entender que nuestras riquezas están aquí, en nuestro territorio”, enfatiza.
Para Cantillo, el vivero representa una oportunidad para reconstruir los lazos entre la comunidad y su entorno. Su trabajo también subraya la importancia de la educación ambiental y la organización comunitaria como pilares para enfrentar los desafíos del cambio climático y la degradación del suelo.
A medida que finaliza la entrevista, Pastora muestra su entusiasmo por seguir trabajando en proyectos que beneficien tanto al ecosistema como a las generaciones futuras. “Esto es lo importante: cuidar lo que tenemos para garantizar un futuro sostenible”, concluye.
Esta lideresa representa la resiliencia y el esfuerzo de las comunidades locales que, a pesar de los desafíos, trabajan por preservar uno de los ecosistemas más importantes de Colombia.
Victoria Eugenia Larranaga: Liderazgo y restauración ecológica en el bosque seco tropical del Valle del Cauca
Victoria Eugenia Larranaga es la representante legal de una organización que trabaja en la zona de transición entre el bosque húmedo y el bosque seco tropical en el Valle del Cauca. Esta área, conocida como el medio seco, es clave para la restauración ecológica que la organización lleva a cabo desde hace más de tres años. La iniciativa se enfoca en recuperar las especies nativas del territorio y plantarlas en predios de conservación, promoviendo la participación comunitaria.
“Nos declaramos guardianes de un área protegida, un distrito regional de manejo integrado. Desde allí, empezamos a promover el reconocimiento del territorio y el monitoreo comunitario. Empezamos con los niños, quienes se interesaron mucho por las aves del territorio. A partir de ahí, integramos la restauración ecológica con el avistamiento de aves, lo que nos ha permitido mejorar nuestra estrategia”, explica Larranaga.
La participación infantil ha sido crucial en el proceso. “Los niños nos ayudan a observar y recolectar las semillas para el vivero. Ellos también aprenden sobre la propagación de las plantas, lo que llamamos la ‘escuela en el vivero’. A través de este ejercicio, entienden las dinámicas naturales de los bosques y las diferentes especies que los habitan. Es impresionante ver cómo se han involucrado en el proceso de restauración”, comenta Victoria.
La organización también ha abordado los retos que presenta la expansión de la frontera agrícola y el uso excesivo de agroquímicos. “La ganadería extensiva y la deforestación para la siembra de pastos son las principales amenazas al bosque seco tropical. Además, la expansión humana es otro desafío importante, ya que las personas no entienden cómo la conservación del bosque impacta directamente en la disponibilidad de agua y otros recursos”, dice Larranaga.
Pese a estas dificultades, la restauración ecológica ha dado resultados positivos. “Uno de los logros más notables ha sido la recuperación de los bosques de galería, donde nacen los ríos. Este año, los líderes comunitarios nos han dicho que el caudal de agua ha aumentado, lo que valida el impacto positivo de nuestros esfuerzos”, asegura Victoria.
Además de los resultados ecológicos, la participación de los jóvenes ha sido uno de los grandes avances. “Los chicos ya están liderando procesos, participando en reuniones comunitarias y compartiendo su conocimiento con otros. Este es un gran logro, ya que se están convirtiendo en líderes ambientales para el futuro”.
La restauración no solo se ha centrado en el medio ambiente, sino también en el fortalecimiento de la educación ambiental. “Los niños ya no solo piden juguetes para sus cumpleaños, sino herramientas para el avistamiento de aves, como cámaras trampa o binoculares. Esto demuestra que el proyecto ha calado profundamente en ellos. Están aprendiendo sobre las aves, los mamíferos y la flora del territorio, y están motivados para seguir aprendiendo”, explica Larranaga.
Victoria también destaca el reconocimiento que ha recibido la organización. “Otras comunidades se han interesado por replicar nuestro modelo. Esto ha sido muy gratificante, porque sabemos que nuestra labor está generando un impacto positivo en más personas.”
Gracias a las alianzas y colaboraciones con otras fundaciones y organizaciones, esta organización ha logrado equiparse con recursos como grabadoras, telescopios y cámaras fotográficas, lo que ha permitido mejorar su trabajo de monitoreo y restauración.
Para Victoria, el trabajo con los niños y jóvenes es fundamental. “Nunca terminarás de enseñarles, siempre querrán más. Este es un reto continuo, pero es lo que nos motiva a seguir adelante”, concluyó.
Hoy, la protección de los bosques en Colombia recae en iniciativas como las de estas cinco voces, que trabajan junto a comunidades locales para restaurar ecosistemas degradados y mitigar riesgos ambientales en el Bosque Seco.
La cifra: El Ministerio de Medio Ambiente estima que ya se ha perdido más del 90 por ciento de los bosques secos originales del país y el 65 por ciento de las zonas deforestadas han sido tan degradadas que se encuentran en estado de desertificación.