En estos días de elecciones se oye siempre la misma cantaleta. Hay que votar, voten por el que les parezca mejor, o tal vez menos peor pero voten. En últimas si nadie los representa, voten en blanco. También dicen voten que si no nos pasa como Venezuela o Nicaragua donde se perdió ese privilegio. Luego al otro día con una abstención enorme la prensa de todos los colores dice, el país votó (ya no dicen en paz porque tampoco hay de eso) y la democracia triunfó.
Además, muchos amigos me llaman, me escriben y me mandan videos; vote por este que al menos es decente, o mi hermana, divina ella, que me dice que vote por la hija de un pariente lejano muy querido y me manda un video de una niña muy bonita que me enseña a votar (por ella, claro). Ya no se empapelan las paredes como en el siglo pasado pero a la entrada de cualquier centro comercial, en los semáforos, las universidades o en cualquier calle transitada entregan volantes con los programas de los candidatos por los que deberíamos votar.
Otra perla es “necesitamos su voto para que no suba tal candidato” es decir ya no se vota por quien se considera bueno sino se vota para que el que se considera malo no suba. Votar por el menos malo, votar para que no suba el otro. No, no me gusta y no estoy de acuerdo.
Pues no, no voy a votar, no me interesa y no quiero hacer parte de la llamada “fiesta democrática” de la que generalmente tratan de convencernos. Los derechos, la mayoría tienen un doble sentido; hablemos del derecho al trabajo, si bien se tiene el trabajo como una obligación social. Es perfectamente válido dejar de trabajar, por la razón que se tenga. Tengo derecho a trabajar y también tengo derecho a no hacerlo.
Otra falacia del voto y de los que consideran que es una obligación al menos moral es que si no voto luego no me puedo quejar. ¡Más me faltaba!, me quejo las veces que quiera así no vote; no puede ser que para indicar que nuestros políticos que luego serán dirigentes son unos ineptos, ladrones descerebrados y muchas otras cosas deba votar por alguno de su especie. No, me quejo porque precisamente no me representan, no les creo y no le voy a dar mi voto a alguno de esos elementos. No
He visto desfilar políticos de carrera como José Name Terán, Bernardo Guerra Serna y Rafael Forero Fetecua lo más podrido de nuestra casta que durante mucho tiempo llegaron al poder por la estupidez de aquellos que creían que había que votar. Y he tenido que leer los panegíricos de sus colegas alabando sus buenas maneras e indicando que harán falta en el congreso. ¿Cómo voy a votar por esos tipos?
Me ha tocado ver tipos como Mario Gareña, a brujas (así se denomina ella misma) como a Regina Once intentar llegar a un cargo de elección popular que seguramente lo habrían hecho mejor que una cantidad de desconocidos que gastan fortunas para, según ellos, ayudar a construir país.
Una de las frases que mas me aterran es “vote por este que al menos no va a robar” Horror! Esperaría que ninguno vaya a robar, desafortunadamente la ecuación no es sencilla gastan mucho dinero para ser elegidos y hay que recuperar la inversión.
Además son payasos, van a una notaría y firman un papel que dice que si no cumplen con tal o cual promesa se retiran, renuncian o cualquier otra estupidez, como si un papel que ha pasado por una notaría obligara a algo. Una vez han ganado cualquier puesto, un edil de una localidad perdida, un miembro del consejo, un senador se olvida de lo dicho y sobre todo de sus electores que votaron con la idea de que alguna de sus propuestas le mejoraría la vida. No, luego en sus flamantes escritorios harán lo que mejor les parezca a ellos, generalmente para ellos. Hay mucha literatura sobre estos tipos, canciones, reportajes e historias increíbles y seguimos votando por ellos, bueno siguen porque repito, no voy a votar.
Y finalmente, no voy a votar porque las veces que he votado y ganado me he sentido peor que hoy.