Como no es suficiente el conflicto en Ucrania, ahora se intensificó el conflicto en Gaza. La rapidez con la que ha escalado y sus consecuencias son asombrosas: más de 1.400 personas muertas en un ataque de Hamás el 7 de octubre y, por bombardeos israelíes, más de 7.000 personas en Gaza, al menos un 40% niños –de acuerdo a autoridades de Gaza.
Con el mismo tono que hemos oído acá en diferentes ocasiones, el ministro de defensa israelí ya planteó que están luchando contra “animales humanos” y las redes, espacios siempre cómodos y llenos de expertos sobre todo, se han llenado de insultos y planteamientos pandos. No muy lejos, el presidente Petro, en su lucha universal contra la infamia, se sintió irrespetado y el expresidente Duque planteó que no es momento para ambivalencias morales… ¿en serio?
En los conflictos sociales es impresionante la rapidez con la que se abrazan las grandes causas –la patria, el estado, la democracia, determinada religión, reivindicaciones históricas– para justificar el sufrimiento que se genera en otros. Los que más las promueven suelen estar lejos de los campos de batalla y siempre esconden intereses que no guardan relación alguna con esas causas que abogan. A veces, de manera ramplona, los intereses son económicos, pero aún debajo de ellos creo que hay otros más profundos, no resueltos y a veces inconscientes, con el dolor personal –cada vez que veo líderes en televisión hablando de ellas no puedo evitar pensar cuál es el fin último de sus cruzadas, qué herida interna están buscando paliar.
Si bien cada conflicto a gran escala tiene capas y capas de particularidades y desencuentros, no difieren mucho de nuestros conflictos diarios. Después de mis juicios a priori y de buscar más información sobre los conflictos a gran escala, estos me ponen a ver qué tan bien manejo yo los míos, si los manejo, si los escondo debajo de la alfombra pretendiendo que no existen, qué tan rápido logro enfocarme en los procesos y no en buscar culpables, qué tanto me enfoco en culpar a los otros para justificar mi reacción en lugar de enfocarme en mi manera que reaccionar.
Recuerdo a veces la frase de Buda de que “aferrarse a la ira es como agarrar un carbón caliente con la intención de arrojárselo a otro; uno es el único que se quema”. Y menos mal no tengo más poder, menos mal no gobierno una nación entera. Porque a veces no solo agarro el carbón caliente, sino que, si se atenúa la lumbre, no dudo en traer más, un bulto entero si se requiere. Tremendas quemadas que he y me he pegado.